Carlos se levantó aquella mañana con una sensación en la boca del estomago similar a la que había sentido el día que saltó por primera vez en paracaídas. Estaba curado de espantos, ya había perdido la cuenta de aquellos saltos que se acumulaban por cientos. La sensación era una mezcla de miedo, ansiedad y nerviosismo salpicado de esperanza, como si estuviera seguro de que en este gran salto al vacío no iría acompañado de su paracaídas. La cita de esa mañana era importante, inquietante e ineludible. Frente al espejo se lavó la cara, se acomodo el cabello y se dibujó una sonrisa de naturalidad. Julia ya estaba en la cocina preparando el café y, aunque al verlo entrar le sonrió, no pudo ocultar que también se la había dibujado. Como cada mañana la beso en los labios y le dio las gracias por el café. Hablaron poco y de cosas tribiales, sin importancia y cotidianas.
Llegaron temprano a la consulta y esperaron en la sala decorada con unas reproducciones de VanGogh. Mientras ojeada una revista en su cabeza algo gritaba: "¡Qué gran momento para desaparecer!" pero la mano de Julia sobre la suya se lo impedía. Una enfermera les acompañó a un despacho y los acomodo en unas butacas.
- Siento no tener buenas noticias - sentenció el doctor como si cualquier cosa que fuera a decir a partir de ese momento ya no tuviera ningún interés para Carlos - las pruebas revelan que no podremos operar y tendremos que confiar en los tratamientos.
La caída había sido dura, el suelo que había encontrado en su salto había hecho trizas sus esperanzas, pero la mano calida de Julia apretando la suya mitigaba un poco aquel dolor. Volvió a dibujar la sonrisa de naturalidad y volvió a besar a su compañera.
Salio de aquel despacho y escribió en su móvil un mensaje de texto a sus allegados
"No será tan fácil como era de esperar, la operación no entra dentro de las opciones, pero esto no ha hecho nada más que empezar. Voy a luchar"
A los pocos minutos de dar a enviar ya había montado un gran ejército que estaba dispuesto a acompañarlo en aquella guerra. Ponían a su disposición las fuerzas, las ganas y el aliento para que saliera invicto de cada una de las batallas que tuviera que lidiar.
Al leer todo aquello, Carlos no tuvo que dibujar la sonrisa.
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