Cualquier cosa vale por una sonrisa en este Madrid: el caso es que esta mañana según salgo de casa y me subo al autobús para venir a trabajar y con lo que llovía, veo venir a una señora muy gorda, con zapatos de tacón, que viene embalada por la acera para no perder el autobús; imagínatela.
El caso es que tropezó y se fue al suelo deslizándose varios metros como si fuera una pastilla de jabón. Entonces empezó a gritar como una loca ¡que venga una ambulancia! ¡que me he matado!; la gente empezó a mirar y nos arremolinamos para ayudarla.
Parecía una ballena mojada que hablaba. En seguida vino un municipal y dijo que iba a levantar un atestado y yo entonces intervine y le dije que perdonara pero que había que levantar a la señora y luego el informe. No me hizo caso y empezó a escribir y a pedir datos, usando un bloc que sacó de no sé donde, escribe que te escribe y sin mirar a nadie para poder escribir recto en el papel.
En esto vino uno que dijo que era de oficio abogado y empezó a decir que la señora podía pedir una indemnización al conductor del autobús o al guardia, ya que ambos son funcionarios y responsables del celo que la administración debe a los ciudadanos, el caso es que declarasen los testigos principales del resbalón. Empezó a preguntar a los que estábamos allí sobre si había habido intencionalidad presunta del autobús en hacer correr a la señora.
La señora al oir lo de la indemnización preguntó que adonde había que ir a pedir el dinero, que ya traería a su marido para que testificase y que le parecía lógico que se le pagara por haberse caído en la calle.
Luego llegó una ambulancia del Samur con la sirena y las luces; bajaron los camilleros para recoger a la señora pero como ya estaba de pie, erraron y agarraron a una señora muy vieja, que estaba por allí y que no hablaba, la encamillaron y la metieron para adentro; la vieja gesticulaba y movía las piernas pero como no hablaba pusieron el ruido de la sirena y salieron a todo trapo.
El abogado al verlo apeló a no se qué derecho y tranquilamente decía que había que reclamar también a la ambulancia pues había incurrido en manifiesto error material al equivocarse de persona por lo que cabía inculparlos de dolo grave de hecho en grado temerario.
La señora del resbalón preguntó que si esto podía afectar a su indemnización y en que medida pues no estaba por la labor de compartir el dinero con la vieja, el abogado dijo que ya vería como redacta el atestado el municipal.
Para terminar de estropearlo empezó a hablar un calvo, de los que estábamos mirando, que dijo que no estaba seguro pero que le parecía que el abogado debía solicitar al guardia su identificación para cuando hubiera juicio.
El guardia se encrespó con el señor calvo y le dijo que era un simple ciudadano de a pie y que se callara y que se fuera y murmuró lo de ¿Qué se creerá este viandante de pacotilla?.
El caso es que el calvo al oir lo de pacotilla se encrespó, le pareció intolerable e insultó al guardia, le llamó cateto y ya se armó la marimorena así que abandoné el tumulto.
Cuando me iba, un señor muy pequeñito va y me dice que él era camarero y que a esas horas el cogía a veces ese autobús para ir al curro y que nunca había visto tanto tomate en la parada pero que lo de cateto tampoco era para tanto, que a él en el bar, como era pequeño, le habían llegado a llamar menudillo y que el nunca se había dado por aludido.
En fin que seguí caminando hasta el trabajo.
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