Mi primer todo (1 de 8)

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La llegada de mis 18 años se produjo en medio de una época convulsa, un periodo de mi vida en el que solo deseaba emanciparme y perder de vista el ambiente infausto de mi domicilio familiar. Las rencillas internas y, sobre todo, el carácter conservador de mis progenitores, coartaban sistemáticamente mis libertades y mi privacidad. Por ejemplo, ni siquiera me atrevía a ser la orgullosa propietaria de un consolador por miedo a ser descubierto en una ?limpieza rutinaria?, lo cual sería un drama para quien lo hallara.

 

El 2008 era para mí un año decisivo en el futuro más inmediato. La necesidad de liberarme de las normas impuestas me inoculaba todo tipo de fantasías, especialmente las derivadas de una vida en libertad. Libertad social, libertad para decidir, libertad sexual... En casa me sentía como un reo esperando su excarcelación. Necesitaba un indulto o, más concretamente, el morbo de una fuga planeada.

 

Llevaba meses urdiendo una escapada a un pueblo de la Costa Brava, donde vivía Violette, una mujer seis años mayor que yo con la que llevaba casi uno chateando e intercambiando todo tipo de intimidades virtuales. Lette94 llevaba meses ofreciéndome su hospitalidad para disfrutar de unas vacaciones merecidas con ella, una descompresión familiar que se me antojaba indispensable. Fue recientemente cuando nos atrevimos a intercambiar nuestros teléfonos para establecer un acercamiento más real y, consecuentemente, consolidar no solo una relación de amistad, sino hacerla tangible y verídica.

 

Lette y yo llevábamos en contacto diario desde hacía muchos meses, y habíamos canjeado multitud de confesiones y fotografías, desde las más inofensivas hasta testimonios más explícitos de nuestra idiosincrasia íntima. Nunca se me ocurrió que mis secretos con ella fueran consecuencia de una posible relación lésbica u homosexual. En realidad, yo estaba acostumbrada a compartir con mis amigas reales más liberadas todo tipo de secretos inconfesables y vicios por descubrir. Y no por ello pensaba estar consolidando una faceta sexual que, por otro lado, me parecía tan natural como cualquier otra opción. Confieso que, en algún momento, en la nocturnidad de mis sábanas, había fantaseado con Lette y su voluptuosa orografía desnuda, pero al día siguiente se lo escribía en el chat y nos reíamos un rato.

 

Violette era un pivón español de origen francés, morena con ojos claros, una melena azabache preciosa y más curvas que un ocho. Liberada, independiente y muy sexual, yo temía que a su lado iba a ligar muy poco en mis vacaciones, pero ella insistía en que mi belleza juvenil, la proporción de mis formas y mi tez blanquecina adornada con pecas eran envidiables y, especulando sobre mi vida, ya me había atribuido un sinfín de supuestos novios y amantes. Pero la realidad había sido bastante más aburrida de lo que ella intuía. En verdad, por aquella época, yo solo había tenido un novio ?serio? desde los 16 que, en cuanto consiguió meterse en mi bragas para robarme la doncellez, dejó de mostrar interés por mi persona. Cuando hice partícipe a mi nueva amiga de esta frustrante experiencia, soltó una carcajada y me invitó a cambiar la dinámica.

 

Recuerdo que fue un 2 de junio cuando, en contra de la opinión de mi familia, decidí tomarme esas vacaciones junto a la enigmática Lette. Con ella acordamos que me quedaría hasta el día 30, pero cuando te aventuras a un encuentro desconocido nunca se sabe a ciencia cierta qué deparará la convivencia. Tampoco era algo que me preocupara. Estaba deseando conocer en persona a mi nueva compañera de vacaciones y, con todo lo que sabía de ella, pocas sorpresas me podía llevar. La ruta en el autobús de línea regular iba a permitirme todavía pensar mucho en todo lo que tenía ganas de hacer. Justo hasta que me dejó frente al paseo marítimo y, bolsas en mano, fui recibida calurosamente por la que, hasta ahora, era mi amiga virtual más estrecha.

 

-"¡Querida nena, cuántas ganas tenía de verte!", vociferó ella entre una avalancha de turistas despistados.

-"¡Pero si es mi voluptuosa gabacha favorita!" le respondí yo con irónica efusividad.

-"¡Guau!, eres aún más guapa que en las fotos y por Skype", sentenció para ruborizarme.

-"Tú eres tan preciosa como cuando me mandaste la primera foto". Esperé que no sonara muy cursi.

 

Nos dimos dos besos y un largo abrazo y caminamos hacia su coche mientras cambiábamos impresiones rápidas acerca del viaje y de mi futura estancia con ella. Tras dejar el equipaje en el vehículo nos dirigimos a la playa para sentarnos en la arena sin dejar de hablarnos y tocarnos, y así corroborar que ambas éramos reales. Esta iba a ser mi primera gran amiga en la Red.

 

Al llegar a su casa repartimos tareas, ideas y planes para el futuro inmediato. El piso, situado a 200 metros del mar, no era lujoso pero estaba muy arreglado y limpio. Mi habitación, como la suya, daba al mar a través de un gran ventanal orientado al Este. No era una estancia grande, pero suficientemente acogedora para descansar e incluso convertirla en improvisado picadero. Me reí hacia dentro cuando pensé en eso.

 

El ocaso asomaba ya por el horizonte y el resto de la tarde fue un sinfín de risas y comentarios acerca de nuestras vidas y nuestros proyectos. La tarde era preciosa como no la recordaba, y encadenó con una noche que nos sirvió a ambas para seguir conociéndonos hasta sucumbir de cansancio al abrigo de la madrugada. Esta iba a ser la primera vez que yacía de sueño con una amiga.


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