Mi primer todo (2 de 8)

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Llevaba una semana en casa de Lette y el tiempo pasaba demasiado rápido. Casi a diario salíamos por las noches para regocijar nuestra líbido por los antros más pijos y también más lúgubres del pueblo. Sin duda, la localidad estaba preparada para acoger la multitud de visitantes que llegaba cada año por estas fechas, y la oferta noctámbula era interminable. Normalmente llegábamos a un local y nos dispersábamos una por un lado y otra por el otro, de forma que al juntarnos horas más tarde disfrutábamos a tope contando nuestras experiencias con los ligones del lugar, los paquetes que poníamos duros y las babas que recorrían la mayoría de barbillas. Las risas eran de órdago, pero también la paulatina excitación que, noche tras noche, mis carnes protagonizaban a través de una calentura creciente que aún no me había atrevido a sofocar.

 

La décima salida nocturna tuvo como destino el local más pijo del lugar. Era una boite de alto nivel y precios prohibitivos donde, a pesar de ello, nos la ingeniamos para aceptar las múltiples invitaciones que nos ofrecían de forma continuada. No hay nada como enseñar las piernas a cuatro recalentados para beber de gratis toda una noche.

 

Tras ligotear y calentar a la concurrencia, el momento de reunirme con Lette había traspasado su límite y no era capaz de otearla en toda la sala. El lugar era amplio y a la vez acogedor, enmoquetado y con un aire renovado, incluso estando a rebosar de gente. La boite era muy chula, sí, pero mi amiga no aparecía por sitio alguno, así que pensé en aprovechar para refrescarme la cara y aliviar mi vejiga.

 

Los lavabos eran lujosos, limpios, impecables, y ahora vacíos. Bueno, no del todo. Una puerta permanecía cerrada, tras la cual se podía apreciar un leve susurro al que hice caso omiso para proceder a mis tareas higiénicas y de retoque facial. Decidí, no obstante, hacer uso del habitáculo colindante al ocupado por los runruneos, de forma que mi faceta de cotilla obtuviera su recompensa mientras yo evacuaba aguas menores. Y con las bragas por las rodillas, sentada cómodamente y los oídos clavados en mi vecina, empecé a comprender lo que estaba ocurriendo ahí dentro. Mi imaginación comenzó a desbordarse y mi contenida excitación a manifestarse. Al oír e imaginar de forma muy real una de mis fantasías más potentes, no pude evitar hacer uso de un gran sigilo para subirme a la taza e intentar vislumbrar, por encima de la pared, aquello que yo esperaba con toda mi alma que estuviera pasando. La primera toma fue heladora. Volví hacia atrás para esconderme rápidamente e intentar apaciguar mis latidos de nerviosismo y sorpresa. El fotograma que recordaba ahora mismo era el de Lette sentada en la taza cerrada con la polla de un maromo en la boca. ¡Joder! Ahora mismo tenía sentimientos contrapuestos. Por un lado me recorría una envidia espeluznante, y por el otro me alegraba de que al fin pudiera aliviar su semana y pico de continencia.

 

Mientras me recorría por el córtex cerebral todo tipo de pensamientos, a cual más contradictorio, mi oído parecía agudizarse para descifrar cada uno de los lametones que la muy guarra le estaba propinando a ese bate de carne. No pude evitar volver a encaramarme con el cuidado de no delatar mi presencia, y el panorama era aún más delicioso: Lette había bajado de su asiento para ponerse de cuclillas delante de su macho, de forma que el rabo le entraba ahora hasta el fondo de la boca en toda su extensión, la saliva cubría su barbilla y los ojos estaban inyectados de deseo. Menos mal que el tío había decidido disfrutar de ese momento con los suyos cerrados, lo cual me ofrecía a mí la mitad de posibilidades de ser descubierta. Pero volví a retirarme por precaución.

 

Al asomarme por tercera vez con todo el sigilo del que fui capaz, el maromo ya había volteado a mi amiga colocándola de pie contra la pared frontal, y la imagen que me regalaban incluía los primeros envites desde atrás mientras Lette se tapaba la boca con una mano para mantener la máxima discreción. Pronto empezaron a sonar con más firmeza los golpes entre ambos cuerpos y los chasquidos entre ambos sexos. Cuando a Lette se le cayó la mano de la boca, por puro cansancio, el tipo le tomó el relevo con la suya, echando hacia atrás su cabeza ajustando, a la vez, el ángulo de penetración, cada vez más profundo y constante. Me retiré de nuevo. Mi propia excitación era un hecho, mi ropa interior atestiguaba mi humedad, y sentía por primera vez cómo me palpitaban los labios en mi entrepierna. Pensé en aliviar ese torrente de calentura ahí mismo y con uno de mis dedos, pero no quería perderme ni un segundo de aquella función pornográfica que había caído en mis manos por la gracia de mi destino.

 

Mi última incursión furtiva fue muy breve porque ese tipo ya mostraba una necesidad imperiosa de descargar su lujuria. El semblante de Lette era sobrecogedor, completamente congestionada y con aspecto de haber descargado varias veces alrededor de la verga que la empalaba. Y antes de que yo pudiera asimilar toda esa información en mi cabeza, el macho salió del interior de mi amiga e, intentando ensordecer a duras penas sus gruñidos de placer, comenzó a eyacular sobre su espalda manchándole la rabadilla desnuda y la zona posterior de la blusa, con varias descargas de leche abundante y espesa. En ese momento desaparecí de la zona lo más silenciosa y rápidamente que pude. Esa iba a ser la primera vez que atestiguaba un acto sexual en riguroso directo.


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