Mi primer todo (4 de 8)
Por EvaManiac
Enviado el 26/03/2015, clasificado en Adultos / eróticos
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Entre los humedales provocados por la función de anoche, el repentino ardor de esta mañana y varias circunstancias que me niego a redactar aquí, efectivamente mi ropa interior era un poema justo donde descansa mi concha calvita. No sé si me gustó descubrirme así, tan físicamente extrovertida, tan sexualmente empática. Yo no estaba acostumbrada a obsequiar a nadie con algo tan explícito... ni siquiera a mi único novio hasta la fecha. Esas sensaciones eran nuevas para mí, pero Lette se encargó de acomodar mi bochorno y muy pronto hizo que me centrara en lo que realmente importaba ahora.
Tras mostrarme mi suciedad física y moral volví a suspirar de placer cuando introdujo, en la misma posición, la mano entera bajo la tela de la vergüenza. El hecho de comprobar sus movimientos en primera persona gracias a la refracción del armario multiplicaba exponencialmente la percepción de cada momento y sus consecuencias inmediatas. Teniendo ya uno de sus dedos escudriñando mi cueva empapada solo pude entregarme a los abusos a los que me sometía mi amiga. Sin poder ver en realidad qué ocurría bajo mi paño acuoso, sí que podía constatar el estímulo delicioso de mis partes más sensibles.
-"¡Qué mojadita estás ya!", seguía cuchicheándome al oído.
Yo no estaba en disposición de responder a nada. Creo recordar que, posiblemente, ya me había corrido hacía rato, pero no estaba segura de ello. Nunca antes había sentido todo eso en mis partes bajas y, desde luego, jamás me mojé de esa forma. Los chasquidos de sus dedos jugueteando sobre mis labios me parecían atronadores, y cuando esos mismos dedos me los introducía en la boca para que probara mis propios efluvios, me embriagaba un olor y un sabor a sexo que tampoco fui capaz de reconocer de épocas pretéritas. Cada vez que volvía a introducir sus pequeñas extremidades dentro de mi coño aprovechaba para añadir un dedo más, y en uno de esos viajes se los llevó a su propia boca, los relamió con fruición y confesó que ?estaba muy salada?. Seguro que tenía doble significado esa frase. O triple, vete a saber.
Llegó un momento en que yo ya me retorcía de placer sobre el cuerpo sudoroso de Lette. Me insistía una y otra vez que no dejara de mirarme en el espejo, que no apartara la vista de mi entrepierna. Como si fuera la entrepierna de otra afortunada. Y cuando se aseguró de que la estaba obedeciendo y disfrutando el panorama, apartó rápidamente a un lado la tela empapada para mostrar mi apertura sagrada en toda su rojez. Ella misma se encargó de acompañar ese gesto con un sonido de sorpresa, pues el panorama era muy sugerente. Con el tiempo que llevaba masturbando mi vagina consiguió extraer de ella lo que, jocosamente, llegué a pensar después que era mi primera papilla. En realidad se trataba de todo el flujo lechoso que consiguió cuajar con sus movimientos y que ahora rezumaban por todo el exterior de mi sexo llegando a tapar completamente mi ano.
-"Dios Eva, eres una puta ninfa, nena", volvió a regalarme al oído.
La excitación de Lette se hizo tan relevante que decidió obsequiar mi sumisión con un clímax que procuró trabajarse con gran talento, frotando mi clítoris con la palma de una mano mientras pellizcaba una de mis areolas mamarias entre los dedos de la otra. Rápidamente comprendí cuál era su objetivo y permití que los temblores previos a mi descarga improvisaran los movimientos, justo hasta que mi grito largo y agudo precedió al chorro orgásmico que rebotó contra el espejo e hizo que me cayera del regazo de mi amiga, mientras en el suelo acababa de aliviar mis contracciones entre un charco tibio de lujuria. Ahora sí que estaba segura de haberme corrido.
El resto del día, hasta la hora de la cena, permanecimos en su cama fusionando nuestros cuerpos e intercambiando los néctares que el frenesí sexual nos ofrecía en cada sesión. Aprendí a hacerle el amor a una mujer, a poseer sus agujeros con mis dedos y lamer los orificios que prometieran cualquier atisbo de exacerbación. Alternábamos el turno de nuestros juegos y nos ofrecíamos placer con una pasión desgarradora. Ese gran espectáculo resultó ser mi primera experiencia sexual con una mujer.
Veintidós días después de mi llegada, la estancia en casa de Lette iniciaba su recta final. La experiencia estaba siendo toda una revolución en mis costumbres y tabúes. Yo todavía estaba muy verde en temas de prácticas amorosas y, por lo tanto, su promiscuidad y ausencia de prejuicios con los demás me estaban calando hondo. Aún no había consumado el acto sexual con ningún tío desde que llegué, pero mis escarceos nocturnos hacia la habitación de mi amiga, con cierta asiduidad, colmaban sobradamente mis necesidades fisiológicas genitales. Y amorosas.
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