A tu paso por la blanca isla la raptada ninfa se arrodilla,
velando tus armas y protegiendo tú sueño con brillante lanza,
perplejo aquel ombligo que no encuentra la suficiente panza,
ni descanso ni reposo donde la rosa de los vientos te vigila.
Cabalgando al trote constante siempre andante acompañado,
descubriendo a la hija de Tetis en la edad delicada de la marea,
como ofrenda de amor e irreductible pasión por Dulcinea,
en el país de las maravillas de aquel otro viajero alucinado.
Las fértiles y amplias planicies separadas de tu tierra castellana,
por el mar indómito que formó el carácter de tu escudero,
cantan a viva voz los naturales tus andanzas de mítico loquero,
trastocando el oscuro horizonte en labrada porcelana.
Otearon tu andar vetustas cumbres grises y lejanas,
en las selvas y en los mares ignotos imprimisteis tu mirada ancha,
dejando imborrable la huella dorada y encarnada mancha,
donde Quijano errante te hicisteis llamar en las mañanas.
Entre océanos y desiertos tu figura austral se alza en el Levante,
en el sur de las focas y en el norte de los osos comienza la algarabía,
arranca el lento girar de los blancos molinos en señal de bienvenida,
¡nos movemos Sancho!, susurra el viento al Rucio y a Rocinante.
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