El ambiente cargado y tormentoso de los últimos días del verano, provocaba en mí un fuerte desasosiego.
Como consecuencia de haber dormido muy mal la noche anterior, la jornada fue agotadora en todo sentido.
En mi trabajo las cosas me se complicaron de tal manera, que varias tareas tuve que hacerlas dos veces, y aún así no quedé conforme con el resultado
Nunca pude concentrarme en mi labor a pesar de haberlo intentado fervientemente.
El viaje de vuelta hasta mi casa, en el subterráneo atestado de gente, provocó en mi mucho malhumor y un incipiente dolor de cabeza.
Ahora ya sola en mi departamento, luego de una larga y reparadora ducha, acostada desnuda sobre la blanca y fresca sábana de mi cama, no lograba aún serenarme del todo.
Ni la penumbra, ni la solitaria paz del ambiente de mi departamento lograban hacer desaparecer la migraña y las tensiones que invadían mi cuerpo.
Cerré los ojos.
Conocía perfectamente cual era el método para solucionar mi malestar y sentirme plena, pero utilizarlo me haría sentir luego una enorme carga de conciencia.
Me debatí largo rato en la disyuntiva pero una vez mas el deseo y la necesidad física triunfaron sobre lo que aconsejaban la moral y la educación recibida.
Despaciosamente mis manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, dejando a su paso un reguero de fuego sobre mi piel.
Los dedos de mi mano izquierda rozaron mis pezones; primero con suavidad y martirizándolos dulcemente, después.
Los de mi mano derecha penetraron entre mis muslos y, separando los labios de mi vulva, comenzaron con el ritual que tan bien sabían llevar a cabo y que tanto placer me proporcionaba.
Ahora comenzaba a sentirme feliz.
Mañana, una vez mas, como sucedía desde hacía tanto tiempo, mi conciencia me lo reprocharía...
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