- ¡Otra vez Pablo! Estoy cansada ya de recoger todos tus lápices, haz el favor de guardarlos o los acabaré tirando.
Pablo miraba a su madre con tristeza, ella no se daba cuenta de lo importante que eran para él esos lápices. Bajaría al parque a ver si encontraba algún color nuevo; desde que todos sus esfuerzos estaban focalizados en encontrar nuevos colores, había descubierto cómo miles de ellos aparecían cada día. Solo tenía que poner el empeño suficiente, por muy poco que le gustara a su madre.
Buscando entre la arena encontraba todo tipo de cosas y debía reconocer que su madre muchas veces tenía razón, algunas de ellas no debería encontrarlas un niño. En una ocasión encontró lo que parecía un globo, pero su aspecto extraño le hizo pensar que no lo era, incluso una vez encontró lo que utilizaba la dulce enfermera que le ponía las vacunas. Él no era capaz ni de mirar cuando ella lo hacía, ¿cómo era posible que alguien quisiera llevarla al parque? Suponía que cuando fuera mayor lo entendería todo. En ese momento un fuerte grito le sacó de sus pensamientos, era su madre llamándole desde la ventana para subir a comer. Debería volver por la tarde, esta vez no había encontrado ningún lápiz de color que subir a su colección.
- No lo entiendo Paco, ¿por qué tiene todos esos lápices de colores encontrados en la calle guardados en una caja? Podemos comprarle nuevos, nunca los ha pedido.
Pablo no quería que sus padres pensaran que les había oído, así que hizo como si acabara de llegar.
- Ya estoy aquí.
- Pablito, ¿quieres que te compremos lápices nuevos?
- No mamá, no necesito que sean nuevos.
- ¿Y para qué los coleccionas usados cariño? No es higiénico y?
Pablo se encogió de hombros mientras su madre seguía explicándole lo que tantas otras veces había oído ya. No le apetecía explicarles lo que tenía en mente, no lo entendería.
Al día siguiente junto a la basura al fin lo encontró. El último color, el dorado. Llevaba semanas buscándolo y por fin había llegado el momento de dejar su caja donde debía estar. Subió corriendo a casa y exhausto preguntó a su madre? ?mamá, ¿podemos ir a ver al abuelo??? Su madre se volvió extrañada y al verle no pudo decirle que no, no podía resistirse a esa mirada, pero esta vez no entendía su significado ni el por qué de esas ganas inesperadas de visitar al abuelo.
- Claro cariño, mañana iremos.
Apenas pudo dormir, estaba tan emocionado que solo deseaba que amaneciera y ponerse en marcha.
Por fin se hizo de día, desayunó lo más rápido que pudo, envolvió su caja despacio, la metió en una bonita bolsa y se pusieron en camino. Cuando llegaron Pablo salió corriendo ante el estupor de su madre, esta dejó que fuera solo y prefirió seguirle de cerca controlando lo que hacía sin agobiarle.
Cada domingo por la tarde dibujaba con su abuelo, mientras los mayores pasaban la sobremesa charlando, ellos pintaban con todos los colores posibles, él siempre le decía? ?así consigues tener el arco iris en tus manos Pablito?. Mientras enterraba su caja junto a la tumba de su abuelo recordaba cuánto echaba de menos esos domingos y cómo deseaba que pudieran volver, aunque supiera que era imposible.
Cuando terminó sintió la mano de su madre en su hombro.
- Pablito, ¿qué estás haciendo? ? Su madre no entendía nada de lo que había visto.
- Solo le devuelvo al abuelo su arco iris. Creo que nunca pudo tenerlo, he pensado que así, teniéndolo junto a él podrá disfrutarlo siempre.
Su madre no pudo reprimir las lágrimas y le abrazó con fuerza, hacía ya varios meses que el abuelo había muerto pero en ese momento parecía no haber pasado el tiempo.
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