No recordaba un momento en su casa sin desayunar, comer o cenar sin ella.
- Vamos Daniela, termínate la leche que hay que ir al colegio y ya vamos tarde.
- No quiero más abuela, porfaaa, casi me lo terminé... ¡Mira!
- Anda venga que no llegamos, ya tomarás más en la merienda.
Daniela no entendía por qué siempre había que terminarse todos lo platos si sus padres apenas estaban para ayudarles con ellos ni echarles la bronca, <<los abuelos estaban para comprar caramelos y jugar en el parque, ¿no?>>
Estaba convencida de que algún día lo entendería, pero hasta entonces sería un fastidio tener ración doble de cada comida que no hubiera terminado antes. Llegaron al colegio y entró corriendo sin mirar atrás, ¿para qué? Siempre llegaban las últimas quizás por ir con el bastón de la abuela, y ya nadie quedaba en la puerta, al contrario que cuando salía que ella siempre estaba en primera fila esperándola.
Todas las tardes iban a casa directamente a merendar , con su doble ración de leche que correspondía a la dejada en el vaso del desayuno. Al terminar cruzaba la calle sin soltar la mano de su abuela hasta que llegaban al parque y la soltaba para salir corriendo. Muchas veces la miraba desde los columpios y no entendía cómo podía estar toda la tarde ahí sentada en el banco mirando como ella jugaba, <¿no se aburría? Sería otra cosa más de esas que solo comprendían los mayores>
Iban pasando los años y poco a poco su abuela dejó de llevarla todos los días al colegio, aunque seguía sin separarse del lecho de su cama cada vez que estaba enferma o compartir con ella cada comida. Cambiaron las tardes en el parque por las tardes de compras, aunque ¡claro! no todas, sus amigas la acompañaban más veces que ella, que aún con pesar, entendía que era ley de vida.
Un día, Daniela se dio cuenta de que su abuela no había contestado con normalidad, su madre pensó que era normal, pero a ella había algo que no le gustaba en su manera de expresarse, de moverse, incluso de mirarla. Decidió prestarla más atención, poco a poco parecía más distraída, más inmersa en su mundo y con la mirada más perdida; para colmo sus amigas con las que iba los domingos a jugar la partida la habían dejado de lado y sus hermanos no parecían acordarse de que tenían abuela.
- Abuela... ehh.. ¿va todo bien?
- Sí cariño, ¿por qué no iba a ir bien?
Daniela no notó nada extraño como en días anteriores, hasta que justo antes de salir del salón escuchó cómo preguntaba... "Aunque... no recuerdo tu nombre, tampoco quién eres, ¿la hija de mi amiga Esperanza?"... Daniela se volvió y no pudo reprimir su expresión de tristeza al ver el desconcierto en la mirada de su abuela.
En cuanto llegó su madre se lo contó y su tristeza al oír la respuesta fue mucho mayor que la que sintió al oír a su abuela.
- Cariño, es triste, sí, pero es ley de vida, los abuelos se hacen mayores y terminan olvidando; todos los recuerdos se entremezclan sin sentido en su cabeza y simplemente dejan de vivir la misma vida.
- ¿No vivir la misma vida es lo triste? ¿En serio?
- La abuela tiene mucha suerte de que sigas hablándola con esa mirada inocente de la niña que llevaba al colegio cada día.
Daniela no lo podía creer, podía ser lógico que los años pesaran, lo que realmente era triste era que su madre, quien era su propia hija, hubiera olvidado todo lo que la abuela había hecho por ella durante toda su vida, y ahora fuera capaz de cruzarse de brazos agarrándose a la "ley de vida", olvidando sin razón y mirando hacia otro lado.
Dedicado a todos aquellos que tienen a alguien querido cerca que olvida y sí luchan cada día por que hacer más llevadera esa Ley de vida.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales