Corazón Arrugaíto

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El día que mi vida cambiaría se aproximaba, yo estaba ansioso, ese día no pensaba en otra cosa que esperar el momento del comienzo. Se hicieron las 8 de la mañana, lustraba mis zapatos para que quedaran tan brillantes como las piedras que adornan el collar de mi madre puesto en su cuello. Mi padre, quien había trabajado y luchado para que este día llegara, estaba emocionado, en sus labios se le notaba la expresión más hermosa que ha podido existir, una sonrisa. Mis tíos estaban a la expectativa de todo lo que iba a suceder, pero ellos solo esperaban el que en mi casa hicieran fiesta.

El reloj marcaba las 10:45 de la mañana, el pantalón estaba arrugado y la cita era a las 12 del mediodía, mi mamá aún no se había arreglado su dificultoso cabello y para qué decir de las uñas. Mi padre estaba sentado en la terraza en una silla playera, en pantaloneta y sin suéter alguno que tapara el resultado de su matrimonio, la barriga. Corriendo, tropezaba con todo lo que me encontraba, las sillas se hacían más anchas, la mesa se creció, todo cambió su tamaño, al parecer por que el día más importante de mi vida vendría, el dedo menique se hizo el mejor amigo de los muebles y salían las palabrotas de la boca anunciando que estaba celosa de dicha relación con el dedo.

11 de la mañana y la camisa que con tanto amor me regaló mi padre, estaba sin planchar. La temperatura se apoderaba de mi cuerpo y aun así encontré la herramienta que me ayudaría a salir de las arrugas de mi pinta, la plancha. Mientras ésta calentaba me preguntaba: ¿Por qué no existe una plancha para los corazones arrugados?, fue en ese justo momento que recordé un versículo de la biblia que dice:
Para el afligido todos los días son malos; para el que es feliz siempre es día de fiesta. (Proverbios 15:15), en ese instante, mi hermano estaba buscando una correa porque la que el tenía se había dañado y como vio que mi fajón negro estaba sobre su cama como diciendo: ?agárrame y déjame estar en tu cintura?, se lo puso con mucha discreción.

Eran las 11:25 de la mañana y yo estaba terminando de planchar mis prendas, comencé a organizar mis cosas y a que no adivinas que me hacía falta, exacto, la correa. Busqué, busqué y busqué por toda la casa, sin resultado alguno de mi correa, me desesperé, entré a bañarme, mientras el agua corría por mi cuerpo, mi mente se llenaba de ira, testosterona pura, pero a la vez me preguntaba si lo había dejado en casa de mi novia, ya que por razones ajenas a esta historia se pudo haber quedado allá, pero algo me decía que el importante objeto estaba en mi casa.

11:40am y ya estaba casi listo, las medias eran nuevas, me peinaba viéndome en los zapatos y abotonaba mi camisa con tanto orgullo por que el hijo mayor de la casa iba a comenzar una nueva etapa de la vida. Mis padres estaban furiosos por que ya era tarde y ellos estaba listos, por cierto, mi papá se cambia en un minuto, mi mamá se estaba arreglando desde el día anterior y a mí ya me estaba empezando a salir barba del estrés que tenía. Por un momento me olvidé de la correa, hasta que vi a mi querido hermano, lucir su gran pantalón estilo anticuado y al borde de su cintura mi correa negra, que tanto me costó luchar con el vendedor para que me la dejara en 5 mil, en ese momento no pensé en nada más que pegarle una buena insultada, lo agarré del hombro y las hendijas donde se sostiene el pantalón y la correa y le dije: ?Me haces el favor y te quitas esa correa ¡YA!?, él empezó a reírse, motivo por el cuál empuñaba mis manos más fuerte, y dijo: ?¿Estás loco?, si esta correa me la trajo mi papá a mí?, no lo pensé dos veces y le di un buen golpe en la espalda, él me la devolvió y al parecer a mí me dolió más que a él, mis padres asustados me agarraron, yo estaba rojo, no podía soltar la manos de los puños tesos que mis manos sostenían, mi hermano estaba llorando y mi papá le había quitado la correa para pegarnos a los dos, en ese momento mi mamá dijo unas sabias palabras: Diego y Kevin, ustedes son hermanos, no pueden pelearse, pídanse perdón. En ese preciso momento me acordé del proverbio que me había venido a la mente mientras planchaba la camisa: ?Para el afligido todos los días son malos; para el que es feliz siempre es día de fiesta.?, las lágrimas no se hicieron esperar y con gran arrepentimiento abracé a mi hermano, era obvio, no quería graduarme con el ?corazón arrugaíto?.

Todo volvió a su normalidad, mis padres alquilaron un buen carro, la única razón que me interesaba del automóvil era el aire acondicionado. Mi hermano se sentó a mi lado y me deseó éxitos en mi vida.

Arrancamos al lugar del evento, estaba tan lleno como concierto en el parque de la leyenda, con la diferencia que era un día único e inolvidable, todos mis compañeros con los que conviví los 6 años en donde me hicieron feliz, estaban muy a la expectativa para saber quién lloraría ese día o quien se caería o hacía el ridículo.

Empezó la gran ceremonia, yo entré tomado de la mano de mi madre, persona quien en mi crecimiento me ha enseñado muchas lecciones de vida y corregido muchos errores que nunca debí cometer, qué persona más importante que ella para que me llevara al lugar donde me entregarían mi diploma de bachiller.

La espera se hizo eterna hasta el momento que mencionaron mi nombre completo seguido de una mención de honor por emprendimiento. Me llenó de emoción darle una nueva felicidad a mi padre y un motivo más de orgullo a mi madre, razón por la cual juré nunca más tener el corazón sin planchar.


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