DIARIO DE UN MIMO (5 de 8)

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V

 

Viví en las calles de Cirque Valley actuando por monedas, practicando las rutinas que me había enseñado el viejo payaso del tren y las que aprendía de otros mimos callejeros.

Un día me sentí listo y me acerqué a la escuela. Allí me hicieron presentarme ante el maestro, quien estaba parado junto a dos alumnos silenciosos.

-Me dijeron que vendría un mimo -dijo el maestro-, tú no eres un mimo.

-Lo siento -le dije-, no sabía que las audiciones se realizaban de manera inmediata. Por eso vine sin disfraz.

-Esto no es una fiesta de disfraces -me dijo-; se es o no se es. El verdadero mimo no usa un disfraz, tan solo usa el maquillaje con el que debió nacer y se pone la vestimenta que es normal para él. Son sus necesidades básicas, sin ellas no podría vivir.

-No fue eso lo que quise decir, maestro, es solo que...

-Shhh... -me interrumpió-, los mimos no hablan.

Los tres se sentaron en la primera hilera dejando el escenario para mí solo. Comencé entonces a hacer los movimientos que se me iban ocurriendo, no lo hice mal considerando mis nervios.

El maestro subió al escenario con un gesto de disconformidad mientras yo seguía actuando. Se puso a pocos centímetros de mí y me miró a los labios de un modo inquietante.

-No lo haces mal -me dijo-, pero tienes mucho que aprender. Además, eres muy ruidoso.

Tenía razón. Intenté entonces explicarle el motivo con la esperanza de que supiera comprender:

-Hace años, mi padrastro me propició una fiera golpiza. Estuve una semana internado con la mandíbula quebrada y mis huesos fusionaron de un modo incorrecto. Desde entonces me muerdo la lengua a menudo a causa de la desviación de mi dentadura. Es por eso que mi lengua suele estar llena de llagas, sobre todo en épocas de estrés como esta, y me es difícil respirar con la boca cerrada sin producir esos ruidos.

-No te pedí la historia de tu vida -dijo él-. Si no puedes mantener silencio, jamás serás un buen mimo.

Recordé los consejos que me había dado el viejo payaso y lo hice mejor, mientras el maestro se quedó en el escenario para seguir oyéndome. En un momento tragué saliva de un modo muy notorio, perturbando de nuevo la calma de quien me estaba evaluando.

-Sigues haciendo ruido. Además, no debes tragar saliva en medio del acto. Te lo advertí; un mimo debe actuar en absoluto silencio.

-Lo he estado practicando, cada vez lo hago mejor. Necesito un poco más de tiempo. Si me deja regresar en unos días, verá que...

En ese momento me interrumpió apuntando con severidad hacía la puerta de salida:

-No tienes nada que hacer aquí, este no es un lugar para indigentes sin talento. Aquí solo aceptamos artistas de alma, gente que nació para esto. Vete y jamás regreses.

En cualquier otra situación lo habría matado al instante, pero el maestro tenía razón. Además no quise hacerle daño sin antes obtener su aprobación, debía ser admitido en su sistema antes de destruirlo.

Me alejé de allí aún más deprimido que la primera vez.

 

 

Continúa en...

http://www.cortorelatos.com/relato/17632/diario-de-un-mimo-6-de-8/

 


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