Juan es un chico callado, al que cada domingo le gusta ir a los parques pues -dice él- ?es la única parte donde se unen todas las generaciones, que me gusta observar?. Ve a una niña de cinco años, jugando, con su vestido rojo y una flor amarilla en su oreja izquierda. Ella lo ve también y le sonríe. Mientras él, sentado, y recostado sobre el tronco de un árbol, le agita la mano y le sonríe.
-¡¿Qué haces por acá?! -le pregunta Melissa, una chica de quince años, dos menos que Juan.
-Nada, observar -le responde.
-Entonces si haces algo. Observar.
-Bueno si, tienes razón -le comenta mientras ríe tímidamente.
Melissa, con su vestido morado, se sienta a su lado mientras le toca el antebrazo, pues es una chica amigable. Ambos coinciden los días que transitan el parque: Los domingos, a las diez y cuarenta y cinco de la mañana. No se conocen, apenas han cruzado algunas miradas. Mas a ella, desde un principio le ha intrigado el enigma -según ella- que transmite Juan.
-Te he visto desde hace dos meses en el parque, cada ocho días. Pero no me he presentado. Soy Melissa.
-Si, no se me olvida tu cara. Te observé desde la primera vez. Yo soy Juan.
-¿Y por qué no me buscaste?
-¿Para qué? -pregunta Juan, ingenua mente mientras abre sus ojos asustado.
-¡Pues para conocernos!?,eso es lo que hacen las personas. -Le responde ella en tono jocoso. ¡Ay! por cierto hace unos instantes vi que observabas hacía aquella dirección -le señala donde se encuentra la niña.
-Si, veía a la niña de vestido morado, me pareció muy tierna.
-Es mi hermanita, pero ven, vamos a comer helado. Yo invito -le expresa Melissa mientras lo agarra de la mano, como si ambos se conocieran de hace tiempo atrás.
-Ok, vamos.
S.R.
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