- ¡Dame todo lo que tienes! - Gritó un hombre mientras metía su mano en la parte de atrás del pantalón.
Las palabras penetraron agresivamente en el muchacho y el menor que iba agarrado de su mano.
Los chicos siguieron caminando sin darle mayor importancia. El hombre tenía la cara chupada como la de un perro callejero; su aspecto y su manera de hablar eran una obra de arte basada en los efectos de la heroína y sus ojos reflejaban desesperación.
- ¿No escuchaste idiota? Dame tu billetera o les vuelo los sesos.
- No te voy a dar una mierda - Le respondió el muchacho mientras seguía caminando.
- Te juro que los voy a quemar.
- No tienes mas que una mano metida en el culo. Sácame la pistola - Lo retó.
- Si la saco, será lo último que vean.
Una decisión complicada. Como jugar a la ruleta rusa.
El niño miró a los ojos a su hermano y le apretó la mano con miedo. El mayor pudo verse reflejado en su inocente mirada.
- ¡Saca la pistola! ¡No te voy a regalar mis cosas hijo de puta! - Le repitió armado de valor.
Luego de unos segundos se pudo notar como caía una lágrima de los ojos del pequeño al suelo, seguida por una gota de sangre que provenía de la parte baja de su estómago.
Su hermano pudo contenerlo antes de que su cuerpo pueda desplomarse y se arrodilló gritando y llorando al cielo por piedad. El hombre de mal aspecto aprovechó la oportunidad para quitarle las cosas al muchacho.
Era la primera vez que disparaba un arma y que veía una vida desvanecerse: Se sintió poderoso. Le gustó verlo sufrir, le gustó la blancura en sus ojos y pudo sentir cómo el cuerpo se enfriaba por la pérdida de sangre.
Sintió un bochorno al observar que el niño perdía fuerza y concluyó que no era mas que un saco de carne en camino a la descomposición; y que la vida, tanto en el cuerpo del pequeño como en el suyo, se había desvanecido.
Recargó el calibre treinta y siete, mientras el sol acentuaba los colores metálicos del rastrillo. Levantó el arma y esta vez apuntó a la cabeza del muchacho.
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