MANUELA HEREDIA 8

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Por aquel entonces había recogido de muchas casas gran cantidad de latas de comida con lo
cual tenía muchos alimentos como para subsistir durante mis días de encierro y tenía también
un montón de medicinas que pensaba llevar algún día a algún sitio para que las llevaran a
África pero que nunca hice... y esa fue mi perdición porque entre las pastillas mías y las que
tenía recogidas de otras casas tenía el cóctel perfecto para poder suicidarme y eso fue lo
que
pasó
a
los
21
días
de
estar
encerrada.
Ese día llamé a mi colaborador para asegurarme que no iba a pasar por alli, me dijo que ese
día imposible que tenía una cena con su ex y con su hijo y que nos veríamos a la tarde
siguiente. Perfecto, no iba a aparecer, porque era la única persona que tenía llaves. Así que
por una vez, salí de mi cautiverio y fui a comprarme una botella de vodka y un zumo de
naranja y volví a encerrarme en el local y empecé a sacar todas las pastillas de sus blister y a
machacar las que eran grandes para mezclarlas directamente con la bebida, en total fueron
unas 250 pastillas entre somníferos, hipnóticos y otras más que me bebí con alcohol para
potenciar su efecto, luego cogí una de las bolsas de ropa de la tienda transparentes que son
bastante grandes y me la puse en la cabeza y me puse cinta aislante alrededor del cuello y
me fui hacia la parte más profunda del almacén donde no me encontrara nadie, por si
entraban que pensaran que había salido y allí esperar mi muerte. Y no recuerdo más...Pero si sigo escribiendo es que algo pasó, desperté en un túnel de luz, con mis familiares al
fondo gritándome algo que no entendía y de pronto oscuridad y un dolor horrible en el
esternón y otra vez oscuridad, al rato volvía de nuevo otro dolor igual el el esternón un dolor
implacable muy agudo , que casi no me dejaba respirar en el esternón y muy a lo lejos mi
nombre, me estaban reanimando y por fin caí en un sueño reparador y me dejaron tranquila,
volvía a sentir mi cuerpo, aunque no podía moverme, me caían lágrimas por la cara porque
no estaba muerta, pero seguí viva y seguía respirando. A lo lejos seguía escuchando hablar
mi nombre, pero estaba como dormida, poco a poco, no sabría decir cuánto tiempo fui
despertando, estaba intubada, sondada, y mi cuerpo era un trapo inerte y sin ganas de vivir.
Estaba viva, había fracasado y tenía que enfrentarme de nuevo a la vida. Alguien me había
salvado en lo más inverosímil del mundo, cuando el plan no podía fallar. Tenía que estar
muerta...
Pero las coincidencias de la vida son muchas y esa noche mi colaborador se enfadó con su ex
y no sabe porque y sin avisar, cosa rara en él quiso ir a charlar conmigo y a llevarme la cena
y cuando no me encontró le dió un vuelco al corazón y en vez de pensar que podía haber
salido me buscó dentro y me encontró. Se me habían caído unos tablones encima, me había
orinado y la bolsa que tenía en la cabeza estaba llena de vaho, me la arrancó y casi ya ni
respiraba, parece que me quedaban escasos minutos de vida cuando llegó. Llamó a una
ambulancia y ese día él fue mi ángel de la guarda. Hoy todavía se pregunta igual que yo por
qué se le ocurrió ir a verme precisamente esa noche.
Fue una de las experiencias más extrañas y más duras de mi vida porque después de volver a
la vida no supe como vivir con ella y pasé un duelo de mi no muerte hasta que conseguí
aceptar
mi
vida.
A raíz de mi intento de suicidio ingresé en una unidad psiquiátrica donde estuve ingresada
unos dos meses y donde conocí personajes de lo más dispares e interesantes, pero para eso
necesitaría otro facebook entero. Me visitaron todos mis familiares y estuve muy arropada y
poco a poco fui tomando conciencia de mi vida aunque mi melancolía y mi depresión
seguirían y me perseguirían de ahora en adelante. Ya no era la misma. Seguía vacía,
deprimida y hundida. Me habían vaciado, desde mi violación, seguida por el presidente y
luego por el proyecto personal, estaba vacía y desorientada, no sabía qué era mi vida, no la
quería, y me daba igual que pasara con ella. Me habían dañado tan profundamente que me
parecía irreparable y seguía pensando en la muerte como mi único alivio, sentía que
estorbaba, que había fallado a mi hija, abandonándola con 12 años, había defraudado a mis
padres,
me
había
fallado
a
mi
misma...
De pronto una visita inesperada cambiaría los acontecimientos, mi madre para ayudarme
contactó con un amigo suyo un renombrado traumatólogo pero muy concienciado con casos
perdidos y mi madre le comentó el mío y sin dudarlo se vino a verme desde la provincia
donde trabajaba, cogió el AVE y se vino a Madrid. nos quedamos las dos muy sorprendidas y
agradecidas por el acto tan altruista de este médico. Fue encantador, me dió muchos ánimos
y me dijo que él tenía una casa para casos perdidos y que allí me podía recuperar y pasar el
tiempo que me hiciera falta, que no me preocupara por nada que me iba a recuperar y a
poner fuerte y que esto sólo había sido una mala racha. Que la vida era muy bonita y que él
me ayudaría junto con los suyos a recuperarme. Tendría alojamiento y comida y para mis
gastos con lo que cobraba del estado me bastaría por el momento. Mi madre además vivía
cerca de la ciudad y vió el plan con buenos ojos, todo parecía estupendo, así que en cuanto
salí del psiquiátrico, cogí unas cuantas cosas y me fui para allá.


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