Cegado por el sol giro mi cuerpo buscando la penumbra. La cama me protege de la vida, del enfrentamiento, de la realidad. Mi lecho procura cobijo a mis miedos, ocultos entre las sábanas cálidas se arropan y permanecen gélidos, detenidos en el tiempo.
Ella se ha marchado, como todas las mañanas ya se ha ido. Ahora viene lo más duro, levantar mi cuerpo y calzarle con corbata, el maletín vacío y deambular por el parque contando segundos, minutos y horas hasta volver a casa. Esbozar una sonrisa al cruzar la puerta, fingir, inventar, imaginar un día de trabajo, una labor que no poseo, que permutaron por un cheque con limosna hace tiempo y que simulo por no entristecerla, por no llenar más su cabeza de penurias, de fatigas y penas.
Con cincuenta primaveras es difícil ya lo sé, una suerte que el destino es muy reacio a donar. "Su currículum es completo, el inconveniente es la edad" -dicen con recelo en las pocas entrevistas que seguramente no leyeron mi fecha de nacimiento con anterioridad.
"Estoy capacitado para realizar este trabajo" - contesto con euforia sabiendo que la oportunidad acaba de finalizar.
Y cada golpe, cada decepción, la encajo yo, solo. Tal vez por protegerla, o vencido por canguelo o por no denigrar mi hombría o seguramente por una mezcolanza de estas y otras razones, pero padezco ansiedad y aún más zozobra por ocultar ésta. Así que, hoy mismo, sin apartar la mirada, ni balbucear mis palabras, le narraré la verdad, relataré con detalles que perdí aquel trabajo. Sí, hoy mismo, en cuanto abra la puerta, seré franco con ella, sí, esta tarde se lo contaré.
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