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Despertó en el banco de un parque poco antes del amanecer, desorientado y con dolor de cabeza. En esta ocasión la ciudad no era completamente desconocida, había algo en ella que era familiar, aunque no sabía decir exactamente qué.
Miró su reloj. El cronómetro estaba en marcha: marcaba 4 horas y treinta y dos minutos y continuaba con la cuenta atrás. Ese era el tiempo que le quedaba para volver a Atocha desde donde fuera que estuviese y con apenas veinte euros en el bolsillo, ese era el juego.
Sonrió. Sabía que, una vez más, ganaría.
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