Una tensa calma marca el comienzo de una nueva era, consternada por los crímenes aún no resueltos. Ligeramente, una sombra rellena de maldad se ve reflejada en los ojos de los que nunca pudieron ver. Caminando, despacio, un alud fluorescente nos carcome la piel. Por consentimiento con el alma, no hay quién tenga lugar asegurado en el paraíso. Todos pecamos.
El grupo selecto que consigue constante perdón es el encargado de desenmascarar la falsedad y la ironía. Las lágrimas que caen sobre una campera de cuero logran dejar en evidencia a la desidia. El edén entonces, queda deshabitado. La lujuria del no saber viaja a través de sonidos incomprensibles, dejando una perplejidad momentánea e increíblemente cuidadosa. El sol, indispensable para la sonrisa, se escondió detrás de una amplia nebulosa estancada en los hilos descendentes del cielo gris y chato. La adicción, el juego y la bebida quedan como pilares fundamentales de una generación que pasará al olvido.
Un círculo, diminuto y amargo, nos conduce hacia la perdición eterna. Caminando, observando, reflexionando. Medianoche a luna llena, máscaras del infinito que no paran de observar, explosiones repletas de sangre, suciedad.
Alaridos melódicos irrumpen en la escena, fatídicamente lo que alguna vez fuimos, se esfumó. Aquella incomparable belleza natural, aquellos árboles coloreados con un verde esperanza. Todo es polvo, todo lo destruimos.
Una escalera de plomo nos indica el camino. No hay verdad, no hay silencio, no hay paz. En la fila, solo se ven caras desconocidas, aterradas por el miedo de no conocer aún el camino de la inmortalidad. A lo lejos un ave agita sus alas representando la libertad. Aquella que no supimos darle cuando más lo necesitó y que fue corrompida por el constante egocentrismo de unos pocos. Ella puede irse, compañeros. Miren que rápido va, formando en su camino siluetas magníficamente conectadas. El desdén que duró siglos enteros, llega a su fin. Cae sobre nosotros una gran justicia divina.
El tiempo todo lo puede y la lluvia todo lo purifica. Con las cartas sobre la mesa no hay lugar dónde sentirse amado, viendo una representación de psicologías abrumadoras que impiden el descanso deseado. Somos quienes queremos ser y por eso aquí estamos.
La muerte tocando la puerta de una civilización. Ruinas que resurgen del infierno para purificarnos son un calco de lo errónea que fue nuestra vida desde el primer instante. Una fracción de segundo basta para ver que todo se derrumba. Temer a caer desde el vacío deja en claro que nunca jamás hemos llegado hasta la cima. Donde todo es amor, donde todo es cariño.
El tiempo deja de correr, la luz que nos supo albergar con su calor natural nos da la espalda, cansada de tanta traición, de tanto desvelo. Es hora de dormir pero todo parece tan inexacto. Aquí, allá, adelante y atrás nos damos la espalda por terror a un genocidio fugaz. La lucha del amor queda clavada como un puñal en el pecho de todos nosotros, hay que ver lo que nunca pudimos ver.
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