Vicio a menos de 100 metros

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Nunca me había fijado en mi vecino, y eso que aparentemente llevábamos siéndolo toda la vida, incluso íbamos a la misma escuela, pero apenas nos reconocíamos. Milagrosamente, entablamos amistad, y en muy poco tiempo hasta nos poníamos nerviosos cuando nos cruzábamos en los pasillos.

Nos costó, pero en pocos días quedamos para dar un paseo y me arrepentí de no haberle conocido antes. Cada día que quedábamos sus ojos me parecían mas dulces, su piel mas suave, y sus labios mas carnosos; y él, pensaba lo mismo de mi, estoy segura. Por eso nos besamos, juntamos labios, enredamos lenguas, compartimos saliva e intercambiamos mordiscos.

Estuvimos así un tiempo, era genial pero: EMPEZABA A ABURRIRME

La siguiente vez que quedamos tenia la sensación de que iba a ser distinta a las anteriores veces. Empezamos como siempre, con un paseo. Nos costaba empezar a hablar a pesar de todo,
las conversaciones eran muy repetitivas, pero eran divertidas y nos encantaba picarnos. Mi vecino me soltó una broma que no me gustó y me paré en seco. El se giró y me miró fijamente a los ojos. Le miré a los labios y vi como se le dibujaba una sonrisa en los labios. Nos volvimos a besar pero la cosa no quedó ahí, sus manos fueron a mi culo, que lo empujó contra él y mis manos rodearon su cuello. En esta posición andamos sin dejar de besarnos unos cuantos metros hasta chocarnos con una pared.

En ese momento la cosa se revolucionó. Nuestro ritmo aumentó. Los besos cada vez eran mas fuertes. Empezó a acariciarme las piernas suavemente hasta que llegó a mi vagina. Yo solté un leve gemido que me lo calló mordiéndome el labio. Siguió acariciándome la vagina cada vez mas fuerte y con mas presión mientras me lamia el cuello, y cada vez que rozaba el clítoris me daba un pequeño mordisquito. Mi forma de agradecérselo era arañarle la espalda de arriba abajo, y cada vez que finalizaba este recorrido me empujaba contra la pared de placer.
El sudor y calor que producían nuestros cuerpos no cabía en nuestras ropas, por eso nos las quitamos poco a poco sin dejar de regalarnos besos. Él se puso de rodillas y fue haciéndome cosquillas y caricias por las piernas hasta que su boca entró en contacto con mis bragas de encaje, que me las quitó a mordiscos para poder usar las manos libremente, de esta forma pudo estrujarme el culo y empujar todo mi cuerpo hacia su boca. Yo le acariciaba el pelo mientras me temblaban las rodillas del placer que me producía todo lo que estaba haciendo mi vecino en la entrepierna. Poco a Poco empezó a subir y fue dándome besitos por el estómago, ombligo, y finalmente mis pechos, donde empezó a chuparlos dibujando lentamente círculos con la lengua. Finalmente llegamos donde todo había comenzado, nuestros labios. Yo busqué su pene para meterlo dentro de mí. Lo encontré y me lo introduje con suavidad. Mi vecino soltó un gemido de placer a mi oído. Empezamos a hacerlo. Sus mejillas se apoyaban en las mías mientras me lo hacia. Mis suspiros iban hacia su cuello y sus gemidos hacia el mío. Ambos teníamos la espalda destrozada. El de mis arañazos y yo de las continuas sacudidas que recibía contra el muro. Pero el placer era inferior al dolor, un dolor que incluso gustaba.

Vimos a unos cuantos metros una pequeña parcela de hierba y fuimos hacia ella, pues estábamos algo cansados de estar de pie tanto rato. Lo tiré al suelo, y empecé a lamerle la polla con suavidad. Él se llevaba las manos a la cabeza y abría la boca, pero el placer lo paralizó y apenas emitía gemidos. Me sujetaba el pelo para que el sudor que yo tenia en la nuca corriese libre por la espalda magullada de las estocadas que recibí contra la pared minutos antes. Al rato, Me senté encima de el introduciendo de nuevo su pene en mí, y empecé a botar. Mi vecino gemía cada vez que la penetración se completaba. Los movimientos pélvicos nos volvían locos. Poco a poco me inclinaba hacia el y rozaba mis tetas con su nariz. Él, intentaba lamerlas con cada bote que yo daba. Le arañaba el pecho con fuerza y el me agarraba de las piernas y me ayudaba con mis movimientos para que no me cansase tanto.
De repente, me araño la espalda con fuerza y grité al cielo con fuerza. Afortunadamente no había nadie; era una zona poco transitada y estaba anocheciendo. En ese momento de vulnerabilidad, mi vecino me empujó al suelo y se colocó encima mío. Antes de que pudiese darme cuenta, tenía de nuevo su cabeza entre mis piernas, y le rodeé el cuello con ellas. A continuación introdujo su pene una vez más en mí. Empezó a hacérmelo con violencia y apoyó su frente con la mía. Luego se apoyó en mi cuello mientras empezaba a notar una sensación de cosquilleo dentro de mi que anunciaba un gran final. Mis uñas seguían aferradas a su espalda, llegué a notar incluso como la sangre brotaba de ella. Cada vez mas rápido, cada gemido mas alto, cada sacudida mas violenta, cada mordisco mas fuerte, cada roce mas placentero, hasta que me metió la polla hasta el fondo y con una dureza salvaje que me arrastró por el suelo unos cuantos centímetros. Ambos nos combinamos para soltar el último gemido que revelaba lo bien que había ido la tarde.
Tras esto, me dio un beso y se apoyo en mi pecho para tomar aire. Yo le acaricié el pelo y me dio la mano. Así estuvimos un largo rato.

La vuelta a casa fue lenta porque estábamos algo cansados. El fin de semana que acababa de pasar con mi vecino fue algo memorable.

El Lunes al cruzar nuestras miradas en la escuela, soltamos una carcajada silenciosa. Él estaba bebiendo un zumo, soltó la pajita y me preguntó:

-Cómo ha ido el finde?

”Bien”, le dije. “Me alegro” respondió el, me guiñó el ojo, y se fue.

La semana pasó rápido y de nuevo era fin de semana. Tenia un vecino a aproximadamente 100 metros y muchas ganas de tenerlo entre mis piernas de nuevo.


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