El asesino

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En los últimos días que Ángela subía al autobús, tenía un extraño presentimiento. Junto a una extraña presión en el pecho. No es que pensara en que la podrían asaltar y robarle todo su dinero. Nada de eso. Pues ella sabía que no llevaba nada de valor encima. Habían asaltado el autobús en varias ocasiones, y en una, ella se quedó con el celular en mano. Incluso sintió una ola de vergüenza al ver que el ratero rechazaba su celular de cien pesos.

Un día, como de costumbre, subió al autobús para ir a la escuela. Y sentándose en el antepenúltimo asiento de la fila derecha, dirigió su mirada a la calle; todo seguía su ritmo usual; cómo eran las doce del medio día, muchos niños uniformados de azul y rojo caminaban del brazo de sus madres que, los habían ido a traer a la escuela.

El camión avanzó por zonas despobladas, donde sólo se levantaban montes de árboles resecos y retazos de tierra árida. Ángela volvió la mirada al frente. Ya no había nada que ver afuera. Minutos después el autobús frenó inesperadamente. Y los pocos pasajeros casi chocan la nariz con el respaldo del asiento siguiente. Era una parada y allí subió un joven como de veinte años.

A Ángela le pareció guapo, sin embargo, parecía nervioso. A pesar de que vestía bien notó un no sé que en su semblante que le erizó los bellos de la nuca. El chico pagó al chofer y como buscando un asiento miró a cada uno de los pasajeros. Después se sentó en un asiento del medio. Pero no habían avanzado ni dos cuadras, cuando volvió la mirada hacia ella. Ángela se ruborizo al ser observada. Pero no se lo tomó a mal, ya que realmente era un chico atractivo y le pareció un halago. Luego volvió la mirada hacia la ventanilla y siguió observando los puestos de frutas y tacos que estaban en las orillas de la calle.

Minutos después, Ángela, escuchó unos pasos sobre el metálico piso. Rápidamente volvió el rostro y vio al chico caminar hacia ella. Me va hablar, pensó. Y la sangre se le agolpó en la cabeza. El chico le sonrió al pasar a su lado. Y ella también le sonrió algo nerviosa.

El chico se sentó en el último asiento, justo detrás de ella ¡Seguramente hubiese querido que él le hablara! Estaba acostumbrada a eso; de que los chicos sólo buscaban la oportunidad para pedirle su número de celular. Pero la mayoría de las veces ella les daba un número equivocado. ¡Qué mala soy! pensaba riendo cuando llegaba a casa.

Pero esta vez era diferente. Una extraña atracción le asestó un golpe de muerte y al instante sintió la mordedura de Cupido en el pecho. Y estaba segura de que si el chico le hubiese pedido el número; le habría dado el correcto.

Sin embargo, Ángela, a pesar de que trataba de pensar en cosas alegres,  seguía sintiendo esa extraña sensación en el pecho. Se sentía desesperada, como si estuviese frente a un muro, mientras  una horrible vestía corriera detrás de ella. ¿Por qué me siento así? Pensaba. Había escuchado que, a veces, los familiares cercanos tienen presentimientos cuando algún pariente le está pasando algo malo; por ejemplo un accidente.

El autobús siguió avanzado por las colonias; pasó la lima, Ciudad Universitaria y ahora ella iba prácticamente sola en los últimos asientos y el chico detrás. De pronto, escucho un sollozo tan cerca de su nunca que se estremeció. Miró hacia la ventanilla tratando de ver en el reflejo del cristal, al chico, pero sólo vio dos manos agarrando algo brillante. ?Es un celular? Pensó Ángela. ?Seguramente su novia acaba de cortarle por mensaje. Que mala onda que ella le haga eso. Si yo estuviera en su lugar??

Ángela no pudo terminar la frase. Un nudo se le atoró en la garganta al escucharlo hablar. ?No puedo hacerlo.? Dijo el chico. ?No puedo hacerlo.? Y un sollozo lastimero brotó de sus labios rígidos rajando el aire como de un cuchillazo.

Y al instante una lágrima resbaló por la tersa mejilla de Ángela. Aquel dolor. Ese llorar desesperado le paralizaba la respiración. Sentía el latir de su corazón en el oído, con ese tum tum de un tambor de guerra. Y la presión en el pecho aumentaba. Le dieron ganas de levantarse y decirle que aquella mujer no valía la pena. Pero no pudo. Si él me hablara?

Pasaron varios minutos y los sollozos aumentaban. Que podía hacer ella. Era una mujer y si se levantaba la gente voltearía y todos pensarían mal. ¡Qué chica más libidinosa! ¡Cómo se atreve a acercarse a un chico! Pero venciendo su pena, ella, se medio levantó. Miró al frente. La torre de la catedral asomaba entre los sauces. Era demasiado tarde para consolarlo. Hubiese sido una buena acción consolarle y darle palabras de ánimo. Pero había llegado al centro.

El autobús paró frente a la plazuela Obregón y al instante se abrieron ambas puertas. Ángela se levantó del asiento con el corazón golpeándole en los oídos y agarró su bolso. ¡Tenía que verlo! ¡No podía marcharse sin antes saber cómo estaba. Volvió el rostro cuando bajaba por la escalerilla. Y al instante una bola gelatinosa le amarró la lengua y bajo por su garganta paralizándole el corazón.  Allí estaba el chico bañado en lágrimas, recargado en el respaldo del asiento de enfrente. Y en su mano derecha; un siniestro cuchillo resplandecía a la luz del sol, listo para usarse.

 

 

FIN


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