Reloj de arena cap.4

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Capítulo 4

 

El teléfono sonaba sin parar pero no era capaz de moverme, quería despertar pero no podía. Era como si mi mente no quisiese salir de la protección que le dan a uno los sueños. Mi cabeza hacia fuerza para incorporarse pero algo detrás de los ojos tiraba de ella hacia la cama, una y otra vez, abría la boca para respirar pero mis pulmones apenas se llenaban. Mi mente no quería abandonar la cama de momento, quería decirme algo pero no sabía el que era; así que decidí dejarme llevar y volver a soñar:

"Abrí los ojos y reconocí mi habitación. El color de las paredes y la decoración habían cambiado, era más acogedora. Pero no fue eso lo que más me sorprendió, al estirar los brazos por entre las sabanas note un calor extraño que nunca había sentido, respire hondo y mi olfato quedo lleno de una aroma dulce mezclado con cítricos que reconocí al instante. Me gire y ahí estaba ella, Carla. Dormía con una mano debajo de la cabeza y la boca medio abierta, un mechón de pelo le cubría media cara, entonces abrió los ojos y me sonrió.

-Que madrugador estas hoy Asier.- Me decía mientras se incorporaba y recogía su melena.

No sabía que contestar, era la primera vez en días que el vacío había desaparecido de mi interior, me sentí feliz y no quería decir nada que pudiese provocar el despertar. Carla salió de la cama, no usaba pijama, tan solo llevaba una camiseta de tirantes mía. Era la visión más bella que mis ojos habían visto hasta el momento. Se giró y sonriendo me dijo:

-Asier, no seas vago y levántate. Yo me ocupo de despertar a Marc pero tú haznos el desayuno.

Sus palabras me desbocaron el corazón, empecé a ver la habitación borrosa, sabía que no iba aguantar mucho más ahí y...."

Me incorpore de golpe, el sueño había acabado y la sensación de vacío había vuelto. Cogí el teléfono y vi que tenía varias llamadas perdidas, eran de Carla. Mire el reloj y vi que ya era mediodía, decidí llamarla de inmediato, necesitaba oír su voz.

-Hombre el desaparecido, te he estado llamando Asier.

-Lo sé y perdona, pero me ha costado más de la cuenta despertar hoy. Te invito a comer y así me cuentas, porque si me has llamado es porque tienes algo que contarme ¿no?

Carla acepto la invitación, quedamos una hora más tarde en un restaurante cerca de la tienda de libros. De camino a la cita medite si contarle el sueño que había tenido y decidí obviarlo, no quería que pensase que estaba loco.

El restaurante era pequeño, tenía solo seis mesas pero era famoso por su pasta con salsa pesto que era mi favorita. Carla acudió puntal a la cita, el día había salido caluroso y llevaba un vestido amarillo de flores por la rodilla y botines estilo vaquero. Se sentó y pedimos la comida, para mi sorpresa a ella también le encantaba el pesto.

-Asier perdona mi insistencia esta mañana pero necesitaba contarte algo. A primera hora cuando me disponía abrir la tienda había un hombre mayor en la puerta esperándome. Es el señor al que mi padre le compro la tienda.

-Pero si ese hombre debe tener lo menos cien años.- Conteste incrédulo.

-Ciento dos para ser exactos, aunque por la conversación que hemos tenido la cabeza no le falla lo más mínimo. Me ha dicho que mi padre le llamo ayer para hablarle de la aparición del libro y que después de darle vueltas toda la noche decidió venir a verme.- El tono de voz de Carla cada vez era más pausado, el ímpetu que sentía al principio de su relato se estaba convirtiendo en miedo.

-Tranquila Carla, puedes confiar en mí.

-Amaro, que es como se llama el hombre, dice que el libro es como una fuente de inspiración, que bien usada te lleva a coger el camino de la felicidad, pero que leído con indiferencia, miedo y prejuicios te puede quitar la vida. Bueno, la verdad es que no dijo quitar exactamente, él dijo algo así como que te envejece.

-Eso último podría explicar ciertas cosas.- Dije sin pensar.

Carla se dio cuenta y tuve que explicarle como había llegado el libro a mis manos y lo que le había pasado a Marc.

-Asier, te conozco desde hace dos días, pero desde que entraste en la tienda no puedo dejar de pensar en ti, no quiero que te pase nada malo y todo esto no me da buena espina- Dijo Carla mientras una lágrima surcaba su cara.

-No sé por qué pero si estas tu cerca conseguiré entender que quiere el libro.- Le conteste mientras secaba su lagrima con mi mano.

Decidimos no hablar del libro durante el resto de la comida y volver a vernos esa noche en mi casa. Carla tenía algo más que contarme sobre el libro pero quería tenerlo delante. Al despedirnos me hizo prometerle que no leería más el libro hasta que hablásemos por la noche, yo asentí aunque sabía que esa promesa no iba a cumplirla. Nos dijimos hasta luego, y cuando se iba a dar la vuelta le agarre las manos y la bese. Solo duro unos segundos y fue un beso más casto que erótico, pero sabía que el sabor de sus labios no se iría de mi mente mientras viviese.

Al llegar a casa no pude evitarlo y cogí el libro. Comencé a leer, pero algo había cambiado, la sensación de vacío había desaparecido.

"El día que conocí a Isabel fue el mismo que comencé a escribir este libro, buscaba un camino para llegar pero no tenía claro ni el camino ni el destino, solo conocía la sensación de no hacer el camino y de no saber el destino. Por eso ella fue como un faro en la tormenta, y por primera vez el vacío ceso; aunque algo dentro de mi sabía que volvería"

 

 


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