El fin de la vida
Por David Espejo Agúndez
Enviado el 28/11/2011, clasificado en Ciencia ficción
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Miguel levantó a su hija Eva como cada mañana de sábado para ir a la piscina de su bloque de pisos. A Eva le costó levantarse a pesar de que era su día favorito de la semana, nada más poner un pie en el suelo le pidió a su padre un vaso de agua. Cuando abrió el grifo de la cocina solo salió aire.
-¡Ya estamos cortando el agua sin avisar!-refunfuñó Miguel.
Abrió la nevera y encontró una botella a la que le quedaba un poco de agua, suficiente para unos vasos.
Al llegar a la piscina se encontraron a todos los vecinos agolpados en la entrada, Miguel se acercó a ver qué estaba sucediendo, cuando miró dentro no pudo creer lo que había sucedido, en la piscina no había una gota de agua. A su derecha estaba el encargado intentando explicar al presidente de la comunidad de vecinos las causas de la avería, era muy extraño que la piscina se hubiera vaciado en una sola noche.
Miguel puso rumbo hacia su casa cuando de repente cambió de idea y pensó que no estaría mal ir a otra piscina.
Entraron en su coche, colocó a su hija en el asiento para niños y cuando estaba a punto de salir se fijó en un excremento de pájaro que había caído en la luna delantera, maldiciendo accionó el agua del limpiaparabrisas y no salió nada, lo intentó varia veces pero desistió de su tentativa, así que cuando arrancó se fue pensando en rellenar el depósito de agua en alguna gasolinera de camino a la piscina municipal.
-Estás muy callada hoy Eva, ¿Tienes calor?-dijo Miguel mientras conducía.
-Tengo sed papi, ¿En la piscina me puedes comprar una coca-cola?
-No se, mira a ver si tu madre nos ha echado agua en el bolso.
-No papi, la botella está vacía, mira.
-Hay que ver con tu madre, siempre se le tiene que olvidar algo.
-¿Entonces me vas ha comprar la coca-cola en la piscina?
-No seas caprichosa, si no te hubiera preguntado si tenías calor no me hubieses dicho nada. Además ya te has bebido dos vasos de agua nada más salir de casa.
No sabía Miguel que más tarde le pesarían estas palabras.
Al entrar en el aparcamiento había muy pocos coches cuando otros sábados les costaba encontrar un hueco. Bajó con su hija del coche y se encontraron de camino a un hombre que volvía hablando con su mujer y e hijos.
- Éstos del ayuntamiento no tienen vergüenza, ¿Cómo se les puede vaciar una piscina y no darse ni cuenta?
-Normal tienen todas las instalaciones descuidadas-dijo la mujer.
Miguel no pudo evitar interrumpirlos.
-¿También aquí se han encontrado con la piscina vacía? dijo Miguel. En mi piso ha pasado lo mismo.
-¿Es imposible? ¿Cómo va a ser eso?-dijo incrédulo el hombre.
-No sé, nos hemos levantado esta mañana y ya estaba vacía.
En ese momento interrumpió Eva a su padre con unos tirones en el pantalón.
-Papi tengo sed.
-¿Qué te ha dicho papá? Que cuando hablan los mayores los niños se esperan.
Fue decir esto cuando Eva empezó a vomitar y cayó de espaldas al suelo. Miguel se agachó nervioso hacia la pequeña. La niña inconsciente se tragaba su propio vómito costándole mucho respirar.
-¡Hija! ¿Qué te pasa?
La pequeña no contestaba. El hombre llamó a una ambulancia que se retrasó bastante. Al llegar la ambulancia los enfermeros bajaron rápidamente.
-Esto es otro golpe de calor-dijo un enfermero-llevamos toda la mañana así.
Rápidamente le pusieron un suero y la subieron a la ambulancia. Pero lo peor acababa de empezar.
Al llegar al hospital Miguel no encontraba sitio para dejar su coche, así que lo subió en un bordillo de la acera. Entró en urgencias y sus ojos no podían creer lo que estaban viendo, los pasillos estaban atestados de ancianos y niños, todos pálidos y con la piel pegada a los huesos, algunos convulsionaban otros vomitaban con virulencia. El personal sanitario no daba abasto, los enfermos expiraban en el mismo pasillo bajo la mirada impotente de los médicos.
Miguel se sobrepuso y buscó a su hija, encontrándola asustada en un rincón. Cuando llegó le habían puesto un suero y estaba en un estado de semi-consciencia. El aspecto de la cría parecía haber envejecido y tenía los ojos hundidos. El padre no sabía qué hacer así que en medio de aquel caos de muerte y desolación Miguel agarró a una doctora que andaba lentamente aturdida por aquella escena.
-¿Qué le pasa a mi hija? A penas puede respirar.
Lentamente la doctora salió de los pensamientos que la estaban invadiendo y se dirigió a Miguel.
-Su hija padece un cuadro de deshidratación grave como el resto de pacientes que han ingresado hoy y siguen llegando sin parar, le estamos poniendo un suero glucosalino y me temo que no podemos hacer nada más por ella.
La doctora siguió caminando, Miguel se quedó perplejo.
-¿Cómo que no van a hacer nada? ¿Van a dejar que se muera sin más? ¡Pero qué coño pasa aquí! -dijo Miguel furioso.
La doctora se detuvo y se volvió hacia Miguel lentamente.
-Es el agua. El agua se ha empezado a evaporar desde esta mañana, tenemos noticias de otros hospitales del país e incluso del resto del mundo, en el que los muertos ya se cuentan por miles.
Las demás personas que estaban escuchando se fueron acercando y formaron un pequeño corro alrededor de Miguel y la doctora.
-Yo no entiendo nada-dijo Miguel abatido.
-¿Pero por qué le está pasando esto al agua?-dijo la hija de un anciano que acababa de morir allí al lado.
-No lo sé, en la televisión han dicho que este deterioro del agua se debe a su ciclo de vida que se acaba de terminar, esto provoca que el agua se evapore de manera casi instantánea, incluida la de nuestros cuerpos, provocando la muerte por deshidratación-dijo la doctora.
-¿Pero cómo no se ha sabido nada antes?
-Todavía no se sabe con certeza, el agua parecía no perecedera, pero obviamente no es así. La explicación que dan los científicos se centra en los puentes de hidrógeno, que son los que unen las moléculas de agua unas con otras, según las primeras hipótesis estos puentes han llegado al fin de su vida útil.-dijo la doctora.
-¿Entonces no se puede hacer nada? ¿No hay ningún remedio?-dijo Miguel.
-Me temo que no.
La doctora siguió andando, se llevó las manos a los bolsillos y sacó unas pastillas. Las introdujo en su boca y tragó. Caminó unos cinco metros hasta que cayó desplomada.
Miguel volvió con su hija, la pequeña respiraba con dificultad y apenas reaccionaba a la voz de su padre, cinco minutos más tarde su corazón dejo de latir. El padre solo pudo llorar al lado de su hija cuando empezó a notarse muy cansado y sediento, era el principio del fin.
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