La verdad oculta del ultimo templario 3ºPARTE

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  Amaneció una mañana fría y lluviosa, recogí mis pertenencias y la preciada llave que había conseguido la noche anterior, para continuar mi camino.  

  Ensille mi caballo y tras varias millas de camino, me encontré con guardias del rey de Francia custodiando los caminos, posiblemente en mi busca, así que decidí desviar el mio atravesando por los bosques.   

  A mi paso por ellos me dí de bruces con una vieja casona, y tomé la decisión de hacer un alto y resguardarme de la lluvia y poder comer un poco. Llamé a la puerta, por si estaba habitada y me abrió la puerta un hombre de pequeña estatura, ancho de hombros y la cara desfigurada por el paso de los años.

    Le pregunté si podía pasar a resguardarme de la lluvia y comer algo, pero no contestó, simplemente con un gesto sutil, me invitó a pasar y me sacó un mendrugo de pan con un trozo de tocino rancio, acompañado de un vino aguado mil veces. Creo que me ofreció todo lo que poseía, incluso el vino rebajado con agua para que le durara más. Yo trataba de ser agradecido, de entablar una conversación con el, pero jamás me contesto. Creo que era mudo, porque en ningún momento articuló palabra o ruido alguno.

    Aún así le agradecí eternamente su cortesía y le deje en señal de agradecimiento el medallón de oro, al que no quitaba ojo desde que entré por la puerta.   Continué camino en cuanto cesó la lluvia y tras varias millas retomé de nuevo el camino, tras asegurarme de que no habían guardias. Mientras cabalgaba sentí como me recorría un escalofrío, muy habitual en mi cuando había problemas cerca.

  Detuve mi caballo y me introduje en la espesura del bosque. Esperé agazapado y salté sobre mi perseguidor, con la espada blandida y la intención de dar muerte sin preguntar, cuando de repente me di cuenta que era el labriego mudo de la casona.

  Su cara aún así no cambio el gesto cuando arremetí contra el. Seguía totalmente inexpresivo y simplemente me tendió las mano con el medallón que le había regalado, pero junto a el, había otro de las mismas características y con un nombre grabado en el reverso. " Bartolomé Belvís ".

  Miré sus ojos por un instante y su rostro inexpresivo cambió para mi, aunque seguía sin poder gesticular y hablar, reconocí en su mirada el dolor y la furia contenida tantos años. Mis ojos se humedecieron y me fundí en un profundo abrazo.

  Era el, mi compañero de aventuras. Mi gran amigo, pero estaba irreconocible, ¿como era posible que hubiera cambiado tanto en estos años y que ni tan siquiera yo lo hubiera reconocido?.

  Tras un largo rato, escribiendo sobre una tabla lo ocurrido hasta la fecha, pude comprobar que tras perseguirle para darle muerte, decidió cortarse la lengua para evitar delatar a sus compañeros y quemarse los nervios de la cara, para evitar gesticular y que cualquiera de sus perseguidores y enemigos, pudieran observar en su rostro el más mínimo gesto de dolor o petición de compasión por su parte.

  Nos dirigimos a una posada a descansar y pasar la noche y allí le puse al día de mis intenciones y como pensaba hacer justicia con este mundo antes de abandonarlo y si podía contar con el para cumplir mis objetivos.

  Por el camino nos encontramos multitud de guardias reales a los que dar esquinazo, pero lo asombroso es que llegando a la frontera con las Españas, los mismos guardias reales franceses y españoles, nos buscaban para dar caza, aún estando en guerra entre ambos reinados.  También había con ellos grandes caballeros nobles, aliados con la corona y otros contrarios a ella. Parecía un pacto entre demonios para dar caza al único ser de estas tierras que podía hacerlos volver a su infierno, pero esta vez jugaba con una ventaja que ellos no sabían y es que mi gran amigo Bartolomé era una pieza del rompecabezas, con la que ellos no contaban.

  Dormimos toda la noche haciendo guardias alternas, porque ya no nos fiábamos tan siquiera que los mismos taberneros no me hubieran reconocido, a simplemente, porque los guardias desperdigados por todos los caminos, pudieran aposentarse también aquí y por alguna razón inspeccionaran los aposentos.

  A la mañana siguiente, partimos, pero esta vez el viaje de regreso a Toledo, al castillo de Montalbán, iba a ser un imposible o una ardua tarea que nos llevaría sin duda alguna hasta la muerte, tanto si conseguíamos nuestro fin, como si no.


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