Paseando para despejar mi mente de todos los problemas que la llenan. Todo por pintar, por los grafitis, por el arte que mis manos hacen. Me encanta las noches de San Agatángelo, frías y húmedas, ese frio que llega hasta el tuétano, hasta el interior de los huesos, como se sustituyeran por estalactitas de hielo gélido.
Dejaré de pintar, mi madre no puede pagar todas las multas que atrae mi arte. Solo por dar color a esta ciudad gris. Asesinatos, violaciones, corrupción y demás desastres que la policía de esta ciudad no hace nada por remediar. Prefieren detenerme por pintar esta asquerosa ciudad. No importa, la noche me despeja, me inspira, soy una criatura nocturna.
Ese edificio en construcción da paso a un gran espacio idóneo para una de mis obras, es perfecto, pero las multas me han dejado sin dinero, no puedo pagarme las pinturas que necesito, esta será mi gran obra maestra, mi última obra. Sé cómo conseguir dinero, lo he hecho otras veces, una vez mas no pasará nada. Iré a la tienda del Kazama, siempre tiene trabajo, paga bien y me deja los botes baratos.
Kazama me da una mochila. Dice que la tengo que llevar a la otra punta de la ciudad. No es nada, la policía nunca para a un chaval en monopatín, no saben que soy un correo de drogas. Por el camino me cruzo con Nuria, una gran amiga, me dice que vaya con ella a tomar algo, sería la guinda del pastel, pero primero, entregar las drogas, después pintar, luego lo celebraré, es una chica guapa, lo dejaría todo por estar un rato con ella, pero no puedo aguantar más con mi obra en la cabeza, tengo que desprenderme de ella, tengo que pintarla y ese lugar que he encontrado es perfecto para mi última obra.
Acabo el trabajo sin problemas. Vuelvo a la tienda del Kazama, me paga bien, como siempre. Compro todos los sprays que necesito y voy a ese lugar perfecto para plasmar mi obra. Escalo como puedo el edificio en construcción que da acceso a ese espacio idóneo. Todo el mundo verá mi mural que representa lo que de verdad es esta ciudad maldita donde nadie hace nada por nadie, a no ser que se lleven una parte. Donde unos gritan y otros huyen. Una ciudad que ha pasado de la grandeza a la oscuridad que hay en el interior de las almas de los ciudadanos de esta cloaca infectada por cucarachas que pisan a otras cucarachas.
Una vez arriba, veo la gran luna llena que ilumina como un gran foco. Mi luz, mi iluminación, todo es perfecto. Saco todos los botes que llevo en la mochila y el monopatín. Dejo todo desperdigado por ahí. Centrando mi atención únicamente a la pared que tengo enfrente. Muevo los botes de pintura, siento como se mueve la pintura de su interior y escucho como si fuera la última vez ese sonido metálico que provoca la pequeña bola que hay en el interior de los botes que hace que se mezclen los pigmentos que usaré para contar lo que pienso de esta asquerosa ciudad. Respiro profundamente, me concentro y empiezo mi obra.
Los trazos me salen finos y definidos, capa por capa, lleno el espacio de la pared de esta ciudad gris como si estuviera poseído por los espíritus de los grandes artistas. Entro en un trance artístico, veo como queda mi obra en la pared, es mejor de lo que tenía pensado. Esta pared, la luna llena, mis trazos perfectos, es como si los planetas se hubieran alineado para que mi última obra sea mi obra maestra. Como si todas esas casualidades del universo me ayudaran a decir lo que pienso.
Doy los últimos toques al mural. Cuando acabo me invade una felicidad que hacía tiempo que notaba su ausencia. Miro mis manos llenas de pintura, sonrío mientras doy un paso atrás para ver mi obra, es tan grande que no la veo en su plenitud, doy otro paso atrás, la veo, es perfecta, grandiosa, es mi gran obra maestra. Quiero verla mejor. Doy otro paso atrás y tropiezo con mi monopatín. Caigo al vacío del edificio que decidí pintar mi gran obra maestra, mi última obra.
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