Bailarinas y Tacón

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_BAILARINAS Y TACÓN _


Todo lo que se estila, lo moderno, ir a la última. Mi madre siempre esta atenta a la novedad y es una fiel seguidora de la moda, pero a mi eso, me da igual.
Yo quería esos zapatos de tacón, unos que brillaban mucho en el segundo stan del escaparate de la esquina de casa, porque nada mas verlos, me enamore de ellos y todos los días me quedaba mirando al pasar. Pero ella no lo consintió. No dejo que mis pies vistiesen con lo que yo consideraba verdaderas maravillas.
_No son para ti _, dijo, a lo que añadió? _eres demasiado pequeña para llevar tacones, tus pies están creciendo, aún se están formando y podrían sufrir algún daño irreversible, ¿verdad Rodrigo?? _ pregunto enseguida a mi padre, a lo que él respondió: _tu madre tiene razón _ fuese cual fuese lo que ella dijese, para él, mi madre siempre tenia razón.
_ Algún día, algún día, los zapatos de tacón serán para ti, cuando crezcas tres palmos _, me decían. Así que los flamantes zapatos quedaron allí, a la vista de todos en aquella vidriera. Y en su lugar hicieron que mis pies lucieran espantosos. Ahora cada vez que bajaba la cabeza me encontraba con unas horribles bailarinas de esas que se contraen cuando no están puestas.
Yo detestaba las bailarinas. Me parecían totalmente antiestéticas, carentes de gusto y sin encanto alguno. Bueno, quizás exagere un poco, puesto que hay bailarinas y bailarinas, cada una a su manera, como las que llevan puesto un lazo, las que tratan de ser vistosas mediante un estampado de leopardo, y tantos otros intentos de ejercicio de estilo. Pero de entre todas ellas, las que me provocaban auténticos escalofríos son esas que incluyen una tira sobre el empeine? brrrr!
Pero sabía lo que tenia que hacer. Una marca en la puerta de mi habitación, a tres palmos justo de mi altura, con un rotulador permanente para que no se pudiese borrar y todas las mañanas al levantarme era la primera cosa del día que hacia.

Mis pies crecieron a buen ritmo, y pronto alcance la talla que me habían exigido, esos tres palmos que necesitaba para llevar mis deseados tacones. Aunque he de confesar, que cuando me descalzaba y ojeaba mis pies, eran realmente bonitos.
Mi madre misma fue la que se dio cuenta, que ya era merecedora de unos zapatos de tacón. Me dijo que esa misma semana iríamos a mirar y que compraríamos los más bonitos y los más actuales. Yo le sonreí encantada y espere con ansia. El momento llego, mi madre me acompaño esa tarde, me probé muchos, todos estaban a la última y con lo que yo había querido siempre, un buen tacón. Salí de allí con ellos puestos, sin quitármelos hasta bien entrada la noche, estaba la mar de contenta. Eso si, recuerdo que cuando me desprendí de ellos, mis pies estaban enrojecidos y con alguna que otra rozadura, pero eso no impidió que al día siguiente volviese a calzarme con ellos y de manera constante.
A día de hoy, he de decir, que mis adorados zapatos de tacón, me han dejado como herencia algunos callos y durezas en la planta de los pies. Que ahora amo las bailarinas, que tengo el
armario lleno de ellas, que mi hija tiene 6 años y me pide tacones bien altos y una barra de labios color carmín, a lo que a mi, solo se me ocurre responder lo mismo que en su día me respondieron mis padres.


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