LA PIEDRA DE LA VIDA (2 de 2)

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La bruja se levantó con dificultad, mostrando unos cabellos aún más crespos que antes. Mirando al cielo lanzó un chillido que hizo volar a cientos de pájaros posados en los árboles a su alrededor. Los dientes podridos de la anciana chorrearon una saliva burbujeante, la que acumuló para formar una escupida que dio contra el suelo. En el lugar del impacto se formó un pequeño hoyo que pronto comenzó a agrandarse en un círculo perfecto. La tierra alrededor era devorada por el agujero hasta que éste alcanzó un radio suficiente como para que un humano quepa en él. La hechicera, sin dejar de mirar a su enemigo con desprecio, comenzó a balbucear una y otra vez: "melquíad des sahen viperea crotalus, melquíad des sahen vipérea crotalus, melquíad des sahen vipérea crotalus..."

Decenas de serpientes de cascabel comenzaron a salir del pozo, y a medida que se desanudaban, se arrastraban hacia el impávido hechicero.

-Vieja asquerosa -dijo él- ¿Crees que tus alimañas podrán detener al gran mago de los vientos?

El gran mago sopló, ocasionando que los reptiles salieran disparados por los aires.

La bruja no supo qué decir, había notado que su rival se había vuelto mucho más poderoso de lo que ella recordaba.

-Ya estoy harto de ti, adefesio -continuo él-. Eres una vieja tan horrenda como inútil.

El mago sujetó con firmeza su báculo y golpeó la base contra el suelo a la vez que pronunciaba el conjuro: "¡Irom suná!", provocando una explosión sorda que dejó inconsciente a Edmunda.

Con su rival fuera de combate, Crátilo pudo entrar en la caverna en busca de aquello a lo que le había dedicado tres décadas de su vida. Una vez dentro, llegó al centro del pequeño lago donde encontró lo que le ocasionó diez mil noches de vigilia: La piedra de la vida. Se trataba de una roca de forma y dimensión similares a las de un cráneo humano, apoyada sobre una estalagmita que formaba un pedestal natural.

A medida que el mago se acercaba a la piedra, una fosforescencia verde en su interior brillaba con mayor intensidad. Su poder era hipnótico, y el anciano la sujetó con ambas manos, admirándola sin advertir las modificaciones que le estaba ocasionando a su cuerpo.

Logró de pronto despertar de la admiración al notar que sus manos habían cambiado, y la sorpresa hizo que la piedra se le cayera de sus dedos. Crátilo continuó mirando sus brazos, que habían vuelto a ser musculosos y joviales. Sus manos ya no estaban llenas de arrugas y sus uñas habían perdido el color verdoso que suelen tener los magos debido al contacto con sustancias tóxicas. El hechicero se palpó el rostro y sintió que también había sido modificado. Al mirar hacia abajo, entre las olas ocasionadas por la piedra al caer, alcanzó a ver en su reflejo una imagen que se había perdido en lo más recóndito de su memoria. Ya no tenía su característica barba blanca; se había vuelto corta y oscura. Ya no tenía arrugas en el rostro; Crátilo era un hombre joven otra vez.

Una risa socarrona interrumpió su fascinación:

-Eres un estúpido -dijo Edmunda-. No debiste sujetarla con ambas manos y durante tanto tiempo, su poder no es fácil de controlar. Te he dicho cientos de veces que tu imprudencia te costaría caro algún día.

Crátilo se dio entonces la vuelta hacia ella y le gritó con voz varonil:

-¡Aléjate, vieja bruja!

El joven mago apuntó a su rival con el báculo y pronunció un nuevo conjuro: "Mengi nitxul".

A diferencia de la enorme llamarada que esperaba lanzar, de su arma salió una bola de fuego no más grande que un puño y a una velocidad risible. Al alcanzar a Edmunda, ésta la frenó con la palma de su mano y la extinguió con un chasquido de dedos.

-¡Hombre necio! A tu edad no eras más que un aprendiz de mago. ¿Acaso no lo ves, imbécil?, te llevo un siglo de ventaja. ¡Ahora entrégame la piedra antes de que te convierta en una rata!

Debajo de sus sucios cabellos, los ojos rojos de la bruja brillaban con rencor, y Crátilo, que había vuelto a tener los poderes de cuando era un joven acólito, no tuvo otra opción más que la de recoger la piedra para entregársela a su rival.

Levantó el objeto encantado con la punta de sus dedos, ya que sostenerlo con ambas palmas lo habría llevado en cuestión de segundos a sus primeros años de vida, o incluso a una época anterior a la de su nacimiento. Recogiéndola con el menor contacto posible, la piedra lo rejuveneció unos pocos años más, convirtiéndolo en un muchacho. Mientras tanto, la bruja se acercaba anhelante, abriendo un bolso de cuero para que él pusiera allí el elemento mágico.

Para sorpresa de la anciana, cuando Crátilo alcanzó los primeros años de la edad de la rebeldía, lanzó la piedra varios metros hacia arriba, casi hasta chocar con la parte superior de la cueva:

-¡Ahí tienes tu piedra, vieja fea!

-¡No! -gritó Edmunda- ¡Niño malvado!

La bruja corrió y se lanzó para atrapar el objeto justo a tiempo antes de que se destruyera contra el suelo. Luego de pararse con la roca en la mano, se dirigió a su enemigo con una voz mucho más dulce de la que habría esperado:

-¡Eres un tonto, Crátilo! ¡Te odio!, ¡pudiste haberla destruido!, ¡eres un...!

La bruja quedó muda de repente y dejó caer la piedra. Comenzó a mirarse a sí misma y notó que había rejuveneciendo al igual que el hechicero. Su cabello, antes anaranjado y opaco, era de un rojo vivo; sus ojos, casi blancos, habían recuperado el color verde que le habían robado los inviernos; y los mismos senos que antes colgaban disparejos, se veían firmes bajo los harapos de bruja.

Los dos jóvenes magos se acercaron sin dejar de contemplarse ni por un instante, luego se tomaron de la mano y abandonaron juntos la caverna. Al irse olvidaron llevar consigo la piedra de la vida, que aún sigue allí, paciente, esperando al siguiente Crátilo y a la siguiente Edmunda.

 

 

FIN

 


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