La verdad oculta del ultimo templario 4Parte

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Camino a nuestro destino, las extrañas alianzas para darnos captura, me sorprendían a cada paso. Había desde guardias reales españoles y franceses, pasando por guardias papales, hasta moros y judíos venidos de todos los lugares del mundo.


Al ver intensificado el deseo de dar con nuestras cabezas, decidimos viajar de noche, así que nos adentramos en los bosques de Toledo, a la espera de bien entrada la noche para retomar nuestro destino. Mientras tratábamos de descansar tuvimos que escondernos varias veces en la maleza, porque el bosque estaba siendo rastreado palmo a palmo, pero en cuanto se hecho la noche y aprovechando la espesura del mismo, retomamos el camino.


El bosque estaba plagado de guardias y todos llevaban antorchas para iluminar cada paso, porque la luna estaba menguante y no se distinguía a mas de un palmo de nuestras narices, pero por suerte estaba en mi casa, mis tierras, mis dominios y el bosque donde nací y me crié desde pequeño. Conocía cada rincón, cada matojo, cada árbol y cada escondrijo, donde resguardarnos si nos veían.


Llegamos al castillo a hurtadillas, donde comprobamos que era la fortaleza mejor custodiada del mundo. Miles de hombres armados hasta los dientes, nos esperaban para dar caza, sabiendo que esta sería nuestra última y más grande hazaña. Si la lográbamos seríamos recordados hasta la eternidad como héroes, pero si caíamos en sus manos, seríamos recordados por dar muerte al Papa y y dejados en el olvido.


Mientras planeamos como entrar, me despedí para siempre de Bartolomé, sabía que hasta aquí había llegado nuestro camino juntos y a partir de ahora, pronto lo vería morir a manos de ellos. Nos separamos varios metros y dimos caza a dos de nuestros perseguidores, prendimos fuego al bosque, con la intención, que el fuego atrajera a los guardias y que cuando acudieran, fuera tarde para darnos caza y poder apagar las llamas.


Esperamos agazapados hasta que las llamas descontroladas y gracias a la dirección del viento, que soplaba en aras del castillo, ahumara de tal manera la noche, que ni por asomo, pudieran vernos. Pero en este caso, mi apreciado amigo debía de correr y dejarse ver por la guardia, para hacer que mientras le perseguían se abriera un pequeño hueco en su defensa y así poder llegar a una entrada en las cloacas, donde seguramente podría colarme sin ser visto.


Me quedé escondido tras la verja, observando como daban caza y muerte a Bartolomé, como le arrancaban la cabeza y se la hacían llegar a los infames que nos perseguían. Pero mi venganza estaba a punto de llegar a su fin, así que con los ojos aún humedecidos por la visión tan horrenda de el último aliento de mi amigo, continué camino para llegar al único sitio que ni siquiera ellos podían imaginar se escondía el secreto mejor guardado desde todos los tiempos.


Me encontraba en mi casa, mi castillo, que perteneció a mi familia desde tiempos ancestrales y donde mi padre, aún con vida, clamaba por mi perdón al rey de las Españas, pero sabía que nunca me darían caza.

Desde pequeño, conocía cada habitación, cada pasaje oculto y donde esconderme llegado el caso, hasta tal punto, que ni mis padres pudieron encontrarme en contadas ocasiones, cuando me buscaban en pos de darme una paliza por mis gamberradas con la servidumbre y los animales.  


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