Unos viven y otros duermen

Samantha recordó que lo último que había hecho fue sentarse en el banco más alejado del bullicio del parque a unas manzanas de su casa y sacar el diario del tal Stefan de su bolso para seguir leyéndolo por donde lo dejó. Aquel hombre mayor del bastón que se le puso a hablar la mareó. Y la frase que escuchó casi entre susurros la descolocó.

Unos viven y otros duermen, ¿con quién soñarás ser mañana?

De repente sus manos no eran sus manos, sus piernas y el peso de su cuerpo habían cambiado. Cogió el espejo que al azar había por allí y se contempló. Sus rasgos se veían diferentes. Parecía tener el aspecto de una mujer de casi cincuenta años, con canas y suficientes arrugas tanto en la cara como en el corazón.

¿Había envejecido de pronto, o era otra persona? ¿Estaba despertando de un coma? No lo sabría ya que repentinamente volvió a caer como en un profundo sueño y despertó en otro lugar. ¿La selva? ¿Era un animal? No. Se miró y de momento parecía humana. Aunque su piel era de un tono inusual, muy oscuro, y casi no llevaba ropa que le tapase el cuerpo. No recuerda haber estado más perdida y mareada nunca jamás en la vida. Aquél hombre? Aquél hombre le debió de hacer algo. Otra vez se sumió en un profundo sueño y despertó. De pronto era una niña, como al rato era un vagabundo encerrado en una celda. ¿Había muerto? ¿Así era el Infierno? ¿Tan mal se había comportado en su primera vida, si es que lo era?

Sam, despierta. ¡Despierta!

Sobresaltada Samantha se despertó sobre una cama que no reconocía. La habitación olía a vainilla y a fruta fresca. Miró alrededor y descorrió la cortina. Así, súbitamente vivía en frente de una playa y las olas del mar se podían escuchar claramente. Estaba sola. Completamente sola. Estaba segura de que aquello era una isla y no había nadie más.

Su cuerpo no era el suyo. Su vida ya no sería la suya, y encontró una nota que decía:

¿Quién serás mañana?