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Las manos del cirujano en jefe Ledesma trabajaban sin descanso para cerrar la terrible herida que el chico, un joven motorista, había sufrido una hora escasa antes. Ledesma sabía que sería la última operación que realizaría. Las enfermeras se habían ido apresuradas y asustadas cuando Ledesma insistió en terminar la intervención a pesar que el joven había muerto hacía cinco minutos, pero Ledesma se negó a aceptar la que era la primera falla en su carrera. Cuando se llevaron a Ledesma, un joven cadáver estaba tendido sobre la camilla. La herida perfectamente cerrada.
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