Denunciar relato
Cuando el último dodo se dió cuenta que no quedaba nadie más de su especie, que sus congéneres habían sido víctima del apetito de las personas (ya que al no poder volar los capturaban con extrema facilidad), sintió una enorme pena. Decidió sentarse en el suelo, replegando sus cortas patitas, y cabizbajo esperó a que algún humano lo capturará y lo matara para comérselo.
Cuando colgaba boca abajo de la mano del granjero que lo capturó, abrío los ojos y vió el cielo a sus pies y por primera vez en su vida, supo lo que se sentía al volar.
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