El circo de los hermanos Sierpinski (4 de 5)
Por Federico Rivolta
Enviado el 01/05/2015, clasificado en Terror / miedo
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IV - POLIMORFOS
Las luces se apagaron y una luna llena de papel maché bajó colgada del centro de la carpa. Debajo, un reflector iluminó a la mujer barbuda que estaba acostada con las piernas abiertas y cubierta con una sábana blanca. La mujer emitió unos alaridos que retumbaron en cada rincón de las gradas, logrando que el público pusiera gestos de dolor con cada grito. En medio de los quejidos, el presentador habló desde la oscuridad:
Una noche de luna llena, la mujer barbuda rezó,
mas no fue un dios amigable quien esa vez la escuchó.
¿Cómo hallarle pareja a quien el mundo detesta?
Solo una opción había, y fue enviada, una bestia.
Nueve lunas más tarde la criatura nació, y fue llamada...
¡El niño lobo!
Las sábanas blancas comenzaron a moverse y surgió de ellas un joven con el rostro peludo que se arrancó la camisa y le aulló a la luna de papel: "¡Uuuuuuuh! ¡uh! ¡uh! ¡uuuh!". No tenía grandes colmillos ni orejas en punta, tampoco enormes garras de uñas filosas, sin embargo, la ilusión creada logró que todos los presentes juren haber visto a un verdadero monstruo.
Para mantener el interés en el público, un payaso le alcanzó unas clavas de malabarismo. El niño no era más que un malabarista promedio, pero su aspecto hacía al espectáculo mucho más entretenido que si lo hiciera alguien sin hipertricosis.
Antes de que el número se volviera soso, la mujer barbuda le entregó unas anillas empapadas en combustible y, mientras él hacía malabares con ellas, las incendió.
En un momento el niño lobo pasó una de las anillas por su pecho peludo en forma disimulada, prendiéndolo fuego. El payaso junto a él hizo ademanes de desesperación mientras un segundo payaso llegaba corriendo con un balde de agua. Sin embargo, justo cuando estaba por lanzárselo, tropezó y mojó a la mujer barbuda en lugar de lanzárselo al joven. Pronto llegó un tercer payaso con otro balde, logrando sacar del apuro al muchacho.
El público rio y aplaudió al pequeño fenómeno, que se retiró con los pelos del pecho chamuscados, debiendo esperar al menos dos semanas para repetir ese acto.
La próxima artista en salir a escena sería la mujer fuerte y, tras ella, llegaría el turno de los trapecistas. Farkas se estaba poniendo su traje de lycra celeste en su carro cuando alguien lo golpeó la puerta. Se asomó con el rostro elevado e inclinado hacia atrás como era su costumbre, pero no vio a nadie allí afuera; luego bajó la mirada y vio al más pequeño de los enanos músicos:
-¿Qué haces aquí, enano? Me estaba preparando; en veinte minutos debo salir al escenario.
-Discúlpeme, señor Farkas -dijo el enano-; los hermanos Sierpinski me ordenaron llamarlo; dijeron que es urgente.
Farkas se dirigió al más grande de los carros a hablar con los dueños del circo. Tras golpear la puerta, una voz sensual contestó del otro lado: la de Lara Sierpinski.
-Un momento, por favor.
El trapecista oyó entonces una de las tantas discusiones que tenían a diario los dos hermanos debido a su manera de tratar a los artistas. Laurent Sierpinski era serio y hablaba con respeto, pero su hermana solía provocar a los hombres, en especial a los trapecistas; y verla lanzándose a los brazos de un hombre musculoso era algo que él no toleraba.
Lara intentó abrir la puerta pero Laurent la cerró de nuevo.
-¿Qué haces? -dijo él- Te dije que yo hablaría con Farkas.
-¡Por favor! -dijo ella-, permíteme hablarle..., me portaré bien.
-¡Olvídalo! ¿Recuerdas lo que ocurrió la última vez que ingresó aquí un trapecista? ¡Te acostaste con él!
-Eso no te incumbe -dijo Lara- ¡Eres un entrometido! Nadie te llamó; tú fuiste quien apareció justo en el mejor momento.
Farkas seguía afuera esperando a que terminaran los gritos hasta que por fin le abrieron la puerta. Fue Laurent quien se asomó, llevaba puesto su habitual traje blanco y corbata negra, y le dio la mano mientras se acomodaba el cabello con la otra:
-Buenas noches, Farkas. Pase, por favor. Deberá disculparme, pero estaba teniendo una discusión con mi hermana; le prometo que no nos interrumpirá.
Laurent se sentó detrás de un escritorio que consistía en un viejo cartel apoyado sobre un barril con la cara de Medusa. El trapecista se sentó del otro lado en un pequeño taburete.
-Tengo tan solo unos minutos, señor Sierpinski -dijo Farkas con sus duras erres-, pronto comenzará mi acto, ¿acaso algo grave ha ocurrido?
-Lamento informarle que algo les acaba de suceder a los perros poodle malabaristas; uno de los tigres de Bengala se soltó y los devoró. Ahora no tenemos acto de cierre, así que haremos lo siguiente: Rajesh entrará a continuación y ustedes los trapecistas pasarán al final.
Farkas creció en el pequeño taburete.
-El problema... -continuó Laurent-, es que deberán agregar algo al repertorio de esta noche; así como está, no es tan impresionante. Dígame, ¿cómo va el entrenamiento del elefante?
-Recién hoy comencé, señor Sierpinski. Deberá esperar al menos dos semanas.
-¿Y qué le parece si hoy realiza el giro de la tormenta?
El movimiento al que Laurent se refería era nada menos que el triple salto mortal divergente con rotación levógira de tornado.
-¡No! -dijo Farkas con ojos bien abiertos- Aún no me animo a realizarlo.
-Le estoy dando la oportunidad de convertirse en una verdadera estrella, Farkas. Le di el trabajo porque usted me dijo que estaba practicando ese movimiento y que pronto lo tendría listo para el público. No me decepcione o le encontraré un reemplazo mañana mismo.
El trapecista lo pensó por un instante y aceptó realizar el salto:
-De acuerdo..., iré a terminar de prepararme.
Luego se paró y se dirigió a la salida del tráiler; estaba abriendo la puerta cuando alguien lo interrumpió con voz sensual:
-Sé que lo lograrás y será conmovedor, Farkas.
El trapecista miró hacia atrás y vio a Lara sentada sobre el escritorio; había puesto su corbata negra hacia atrás y abierto su traje blanco. Dos enormes senos asomaban de la camisa y, con un movimiento de cabeza, el cabello corto y bien peinado de Laurent se convirtió en una sexy melena llena de rulos.
-Farkas... -dijo Lara- ¿Tienes un momento para que pueda desearte suerte antes de que salgas a escena?
Entonces su rostro se volvió otra vez varonil:
-¿Qué haces, Lara? -dijo Laurent- Te dije que yo hablaría con él.
Aquel ser intentaba abrochar su camisa y peinar sus rulos mientras Farkas no sabía si mirar o salir corriendo de allí. Los cambios de un género al otro que realizaba el dueño del circo eran impresionantes, pero no cualquiera desea observar un par de senos desinflarse y llenarse de vello para luego volver a aumentar de tamaño. El trapecista comenzó a salir del tráiler caminando poco a poco hacía atrás. De pronto, Lara tomó el control del cuerpo de los hermanos y se abrió el pantalón para mostrar lo que escondía allí; pero Farkas, sin decir palabra, cerró la puerta justo antes de descubrirlo.
Continúa en la quinta y última parte:
http://www.cortorelatos.com/relato/18279/el-circo-de-los-hermanos-sierpinski-5-de-5/
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