El circo de los hermanos Sierpinski (5 de 5)
Por Federico Rivolta
Enviado el 01/05/2015, clasificado en Terror / miedo
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V - EL GIRO DE LA TORMENTA
Había llegado el turno de los trapecistas. Cada uno de los cuatro ingresaría por una entrada distinta. Farkas estaba tras uno de los telones, y el encargado de abrir su camino al escenario era el payaso Bongo.
-¡Oye, tú!, ¡esperpento! -dijo Farkas- ¿Has ajustado bien la red de seguridad?
El grandioso artista nunca se caía, pero siempre hizo caso al famoso dicho circense: "Trapecista precavido sirve para otro acto".
-Sí, señor Farkas, está bien ajustada -dijo el payaso de los ojos de mil despedidas.
Los seis enanos vestidos de arlequín salieron a escena. Tras el inicio de tambores se unió el trompetista y, al final, puso otra vez cierre a la melodía el más pequeño de los enanos soplando una solitaria nota en su tuba.
El trapecista se estaba poniendo talco en las manos cuando el escenario se puso a oscuras. Se asomó a través del telón y vio una luz que apuntó al centro de la carpa. Allí, con los brazos extendidos, se encontraba el presentador del traje a rayas:
Ha llegado ya la hora del cierre de la velada.
Lo que han visto hasta el momento, créanme, no ha sido nada.
Esta actuación es en verdad sorprendente:
un hombre, que por aplausos, desafía a la muerte.
Señoras y señores, con ustedes...
¡El gran Farkas y sus trapecistas!
Los cuatro trapecistas aparecieron corriendo y el público estalló en aplausos. No los conocían, pero luego de lo maravillados que estaban tras los actos anteriores, imaginaron que el último sería el mejor.
Farkas recorrió los cuatro postes que sostenían la red para asegurarse de que estuviera bien ajustada ("Trapecista precavido...").
Los cuatro artistas, dos de cada sexo, iniciaron su acto con una rutina clásica. El gran Farkas se balanceaba en un trapecio colgado de las rodillas y con la cabeza hacia abajo, mientras una de sus compañeras tomaba impulso a varios metros de distancia. La mujer saltó hacia él dando una vuelta en el aire. Farkas tenía las manos cruzadas en su pecho y, por un instante, dio la sensación de que no la sujetaría, dejándola caer al vacío. Pero entonces abrió sus fuertes brazos y la atrapó para llevarla a salvo a uno de los postes.
El otro trapecista subió y se balanceó de cabeza, pues esa vez sería Farkas quien daría el salto. No lo hizo dando tan solo una vuelta en el aire como lo hacían sus compañeras, Farkas dio nada menos que tres vueltas antes de aferrarse a su compañero; estaba claro quién era la estrella del grupo.
Luego comenzaron a efectuar movimientos más complejos. Los artistas masculinos sujetaron a sus compañeras y, luego de balancearse hasta alcanzar la sincronización, se lanzaron uno al otro a las trapecistas para atajarlas a la vez, mostrando el poderío de los bíceps de los dos hombres y la habilidad de las damas. Una de las mujeres saltó hacia Farkas y él la sujetó con una mano, luego hizo lo mismo la otra. El gran trapecista tomó impulso y lanzó a sus dos compañeras a su compañero, quien las atajó sin dificultad.
Hasta ese momento todo habría sido ideal para un acto intermedio, pero un espectáculo de cierre necesitaba algo más sorprendente. Había llegado la hora de que Farkas ejecutase aquel truco que lo elevaría por encima del resto de los artistas: el giro de la tormenta.
Los seis enanos músicos salieron otra vez a escena y se realizó un juego de luces apuntando al gran trapecista. El anunciador apareció mientras los tambores sonaban y dio la introducción al momento cumbre de la velada:
Damas, caballeros, niños y enanos...
Hagan silencio, por favor.
Y el silencio fue absoluto.
Lo que están a punto de observar se grabará en sus memorias;
un suceso ocurrido pocas veces en la historia.
En nueve de ellas el artista falleció en el intento,
y el movimiento fue prohibido, para evitar sufrimientos.
Un salto que solo Farkas se atreve a intentar...
¡El giro de la tormenta!
No era cierta la cantidad de trapecistas difuntos ni mucho menos que el movimiento estuviera prohibido, el anunciador improvisaba frases como esas cada noche y siempre cambiaba la versión de los hechos. De todos modos, la posibilidad de romperse la columna al realizar ese giro era considerable.
Las dos mujeres trapecistas se retiraron y Farkas quedó solo con su compañero, quien estaba listo para atraparlo luego de la hazaña.
La estrella levantó sus manos y la gente gritó su nombre: "¡Farkas!, ¡Farkas!, ¡Farkas!...". Le encantaba ser el centro de atención y deseaba serlo cada noche a partir de entonces.
Farkas se colgó de su trapecio y se balanceó cada vez con más fuerza. Los tambores sonaron a un ritmo frenético mientras él iba y venía. El balanceo aumentó y, cuando la música se detuvo, el gran artista saltó al grito de un "¡Oooooh!" por parte de todo el público. Se elevó hasta el punto más alto de la enorme carpa; nadie lograba elevarse tanto como él, nadie en el mundo. Una vez en el aire ejecutó de manera impecable el triple salto mortal divergente con rotación levógira de tornado, y los ojos de las damas, caballeros, niños y enanos brillaron de la emoción. Luego de un momento que se sintió eterno, cayó con un tiempo sincronizado a la perfección para sujetarse de los brazos de su compañero y de los aplausos del público.
Toda la gente se puso de pie para aplaudir a la gran estrella mientras seguía tomado de las manos del otro trapecista. Entonces le hizo un gesto a su compañero para que lo dejara caer a la red y así poder saludar a las gradas desde el suelo. Pero Farkas cayó sin saber que el payaso Bongo había sustituido la red de seguridad por una que él mismo había diseñado, usando el filoso alambre de navaja que debió utilizar en el corral del elefante.
Dicen que el gran trapecista mantuvo su leve y soberbia sonrisa incluso cuando ya no se conservaba en una pieza.
Al día siguiente el anunciador no nombró al famoso Farkas entre los artistas, y las gradas se volvieron a llenar de curiosos dispuestos a pagar lo que sea por saber quién sería la próxima estrella.
FIN
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