TARTÁN DE LOS CUADROS VERDES (1 de 4)

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En el Madrid de los Austrias, del año de nuestro señor de 1614, que corría más para unos que para otros, siempre dependiendo de la bolsa de cada cual y la posición en la falsa e hipócrita sociedad, buscábase la vida cada uno como podía, siempre dependiendo de sus habilidades, de la oferta y demanda de las mismas, buscones y busconas, pícaros y pícaras, putas, ladrones y hasta cabrones.

William, escocés y pelirrojo con largos cabellos, bien avenido y mejor dotado para las artes amatorias, era el terror nocturno de los bien allegados y confiados maridos, que por su incapacidad, dejadez, estupidez o hasta bondad en algún caso, que de todo hay en la viña del señor, eran válidos candidatos a ser engañados, burlados, humillados y muy propensos a la adquisición de un  título de deshonra de cara a la sociedad, me refiero al título de cabrón.

Famoso era este Tartán, sobre todo  entre las mujeres más pudientes de bolsa y de inmejorable posición, por causas obvias, actuaba siempre sin temor a ser capturado, aunque ya se había puesto sobre aviso, muy a pesar de la vergüenza de los maridos, a los corchetes de la villa, que sobre sus pasos andaban cada noche siguiendo el mismo destino que el de los cabrones, o señores cabrones, burlados y humillados, de casa en casa y de tejado en tejado y al final casi siempre alguno de ellos escalabrado.

Portaba Tartán, de ahí el sobrenombre, un tartán escocés, prenda que llevaba sobre el hombro, con una hebilla a modo de pasador, y con los cuadros verdes, característica de su clan familiar, y por supuesto el famoso kilt, falda escocesa bajo la cual no se lleva prenda alguna, para libertad de alcalde y concejales, aunque sí en el exterior, la pequeña bolsa de cuero enganchada al cinturón llamada sporran, que servía entre otras cosas para que ante un viento malintencionado no se levantara el kilt y al aire quedaran los atributos varoniles, también donde meter sus buenos dineros que cada noche le proporcionaban sus andaduras, aventuras y folgaduras.

 Portaba espada de cazoleta, también daga a la espalda, de las que un manejo de maestro tenía, y que gracias a ellas y a su destreza sin igual, salió bien parado de muchos lances y aventuras.  Aquel oficio suyo era peligroso a la vez que arriesgado, pero le reconfortaba tanto repartir amor por el mundo de esa forma tan característica, que merecía la pena, y encima de hacer lo que le gustaba, las damas agradecidas siempre le obsequiaban con unos buenos dineros o favores, porque él no cobraba por sus servicios, eso nunca, la gratitud de las mujeres era lo suficientemente generosa para poder vivir.

Tras una ardua noche de trabajo, lleno el sporran de los frutos de su esfuerzo naval, y nada tenía que ver con la armada, bajaba por la famosa calle de La Cava Baja, faltaba poco para amanecer, aunque la oscuridad era aún reina de la noche, aliada y como siempre peligrosa.

En un portalillo, amparado por la oscuridad de la noche, escondido, embozado y armado, esperábale uno de los burlados, que acompañado de un joven criado,  el puesto hacíanle a Tartán, para vengar el honor mancillado por aquel galán a aquel maldito haragán.

Presto y decidido salió el ofendido al encuentro de Tartán, espada en mano y embozado tal cual, y al grito de:

-¡Tenéos, rufián! Hasta aquí han llegado vuestras fechorías, Tartán.


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