Sin protección.
Por Luna White
Enviado el 02/05/2015, clasificado en Intriga / suspense
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¿Qué era aquello? ¿ Qué estaba notando en su mejilla? Abrió los ojos y un precioso cachorro lamía su cara jugando con ella.
< ¿Dónde estoy?>
El dolor de cabeza invadía toda su mente y no era capaz de pensar con claridad... < a ver Anna, piensa... ¿Qué pasó anoche?>... Mientras pensaba cómo había llegado hasta allí se estaba dando cuenta que no sabía dónde estaba, ni que parque era aquel y... ¡¡estaba desnuda!! Debía ser pronto, no había niños ni gente paseando, solo ese precioso cachorro, y su dueño que no tardía en llegar. En ese momento una sirena de policía hizo que quisiera morirse ese momento, en ese mismo instante.
< Qué vergüenza! ¿Cómo había llegado a estar desnuda y esposada en el asiento trasero de un coche patrulla?
Ya en un pequeña sala gris que suponía era para interrogarla o quizá había visto demasiadas películas, aún estaba desnuda y al espantoso dolor de cabeza se había unido un dolor en el brazo junto con la aparición de un feo moratón. Se abrió la puerta y un apuesto policía llegó con una bata que se puso por encima. Anna no creía lo que oía. Al parecer, ayer tras la despedida de soltera de su amiga, la dejaron en el parque, les debió parecer gracioso. Lo que realmente les preocupaba era que ese moratón parecía provocado por una extracción de sangre.
Por fin en casa y con su primer antecedente a la espalda, no podía creer nada de lo ocurrido en las últimas horas. No imaginaba un peor final para una noche de chicas, esperaba acabar desnuda sí, pero no de esa manera. Aunque había una cosa que no entendía, si habían sido las chicas quienes la dejaron en el parque, ¿quién la había sacado sangre? y aún más importante... ¿para qué?
Pasaron las semanas y su vida parecía volver a la normalidad. Aún no había conseguido volver a dormir bien por las noches, pero aquella noche especialmente, era incapaz de conciliar el sueño. Se levantó a ver la televisión, quizá viendo los infocomerciales se quedaría dormida aunque fuera en el sofá. Encendió la luz de salón y el miedo la paralizó completamente.
- ¿Quién eres? ¿Qué quieres? Llévate todo lo que quieras. -Las palabras salían sin control. Estaba aterrada.
¿Qué hacía ese hombre sentado en su butaca? No le había descubierto robando, llevaba despierta toda la noche y ni siquiera le había oído entrar.
- Tranquila Anna, siéntate aquí a mi lado. - <También sabe mi nombre, perfecto> - Tenemos muchas cosas de las que hablar ahora que estamos solos. Fue difícil conseguir que estuvieras sola, menos mal que tus amigas nos lo pusieron fácil dejándote en aquel parque.
- Pero... ¿pusieron? ¿Quiénes sois?
- Shhhh, todo a su tiempo. Llevábamos siguiéndote mucho tiempo, mi jefe quiere averiguar si por fin ha encontrado a su hija, esa que tanto tiempo lleva buscando. - Anna intentó interrumpirle, pero la mirada de aquel hombre era demasiado amenazodora como para volver a interrumpirle. - El resultato es positivo, así que he venido para llevarte a casa. Tu familia, la de verdad, te espera.
- Mi padre es un comercial de seguros y mi madre, hasta ayer ¡claro! estaba en casa dedicándose a estar ahí, como siempre. Esto tiene que ser un error, os habéis equivocado de persona.
En ese momento, el crital de la ventana se rompió y gas lacrimógeno invadió toda la habitación. Todo ocurrió muy rápido, alguien la levantó del sofá, se resistió con todas sus fuerzas, pero fue imposible... < ¿Qué estaba pasando?>...
Esta vez, aquello era una estancia aún más lugubre y con peor olor que la de la policía. Deseaba que el hombre que había entrado en su casa no hubiera sido quien se la llevara, durante todo el trayecto hasta llegar allí había tenido la cabeza dentro de una bolsa y no sabía ni a dónde iba ni quién la retenía. Un hombre bien parecido, elegante y con una mirada completamente diferente a la del hombre de su casa, se sentó frente a ella y comenzó a hablar.
Le explicó que pertenecía a una división especial de la policía, de la que no necesitaba saber más, que llevaban meses persiguiendo a una banda rusa establecida en la ciudad hace años y que habían seguido con ella el mismo patrón visto antes en otras chicas de su edad. Anna no podía reaccionar y decidió que sería mejor seguir escuchando. Por lo visto, aquella historia de un capo de la mafía rusa buscando a su hija era verdad, ella tenía nombre con ascendencía rusa y un par de cosas más de su vida cuadraban para que así fuera.
- Ese hombre me ha dicho que la sangre coincidía... ¡qué era yo! No puede ser, no soy adoptada, nada de esto puede estar pasando... ¡me han confundido con otra!
- Hemos descubierto que su madre antes de llegar al país mantuvo relaciones con ese capo ruso y bueno, no sabemos cómo, pero conseguió escapar de allí, probablemente alguien la ayudaría a hacerlo y aquí conoció a su padre... bueno, al que siempre ha creído su padre.
¿Cómo podía estar pasando todo aquello? Su vida era de lo más normal, padres aburridos, infancia como cualquier otra... No podía creerlo, ¿de verdad había estado viviendo una mentira? ¿Y su novio? ¿ Y sus amigas?
Anna había desconectado hacía ya minutos de la conversación con aquel agente hasta que escuchó protección de testigos... < no no no, bajo ningún concepto>
- Perdone, ¿ha dicho protección de testigos? Estará de broma ¿no?
De nuevo en una furgoneta, de nuevo con la cabeza tapada y de nuevo sin poder creer lo que estaba pasando... < al menos esta vez sé qué está pasando >. Tras lo que le parecieron días, la furgoneta paró. Le explicaron que le darían todo lo necesario y mañana mismo empezaría con clases de defensa personal.
Una amable mujer salió a recibirla en un precioso porche, solo que este se alejaba bastante del de sus sueños. Entraron en la casa y un guapísimo hijo, o así se lo presentó, la enseñó todo. Días después, aún sin poder contarse sus historias él, Paulo, portugués, había sido llevado allí por presenciar el asesinato de su familia.
< ¿Será así cómo encontraré el amor? ¿Será así cómo mi vida cambia, nada de cuentos de hadas? Al menos su mirada me transmite esa sensación de llegar a casa que he buscado desde que salí de la mía...>
De la manera más inesperada posible, como en el fondo cualquier chica desea, apareció Paulo, pero esta vez no para cambiar su vida, sino para adaptarse con ella al giro de ciento ochenta grados que ambos habían sufrido. Para aquello, no habría ninguna protección posible.
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