La batalla por un triunfo

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Comenzaba un nuevo día y mis fuerzas aún seguían intactas tras la primera batalla. El fulgor de mis hombres me mantenía firme, aún a sabiendas que la guerra estaba perdida. 

Una mano apretó con fuerza mi hombro, era mi padre, y con la voz quebrada por la angustia, me dijo :

- " Resiste hasta el final hijo, tus  hombres no esperaban menos de ti. " Me volví y con un gesto duro y humilde le dije:

- " Sabes que si luchamos, moriremos todos, incluso las mujeres y niños. "

- " No importa, respondió el, las batallas se ganan o se pierden, pero la lucha por tus ideas siempre te hace triunfador en las guerras. "

Monté a caballo, desenvaine mi espada y ordené que abrieran las puertas de mi castillo. 

Me dirigí al galope contra las fuerzas enemigas y al llegar frente a sus filas, pedí hablar de las condiciones de mi rendición.

En seguida me llevaron ante su rey. Me desenfunde la celada que cubría mi cabeza y me incline en señal de respeto.

- " Majestad, vengo a negociar los acuerdos de mi rendición. Deseo que mi pueblo sea perdonado y conserven sus tierras. Le hago entrega de los títulos de todos los nobles que aún permanecen con vida y le entrego tanto mis tierras, como las de aquellos que murieron en la batalla, pero os pido que mi pueblo pueda poseer las pocas tierras de los nobles aún con vida que os servirán fielmente hasta el día de vuestra muerte. Os ruego aceptéis mis condiciones y si es necesario tomad mi vida para como os plazca. Pero necesito vuestra palabra de todo ello y además delante de todos vuestros generales. " 

El rey asintió y dio ordenes precisas de respetar mis deseos.  Clavé mi rodilla en señal de respeto mientras le entregaba la espada que fielmente me acompañó en cada batalla.

- " Majestad, se que vuestra palabra es la mejor señal de compromiso que me podéis dar y que jamás la incumplís, pero como se que esta última petición no la llevareis a cabo, no me cabe otra que cumplir la mía para con mis hombres. "

Y mientras un golpe de mi brazo le clavaba mi espada en el pecho, le recordaba que un rey debe hacer cumplir sus promesas y un caballero como yo, llevar a buen termino la suya. Recordando, mientras sus generales me desgarraban la garganta, que a mis hombres les prometí que jamás dejaría que un rey como vos les gobernara. 

Sentí como me abandonaba el alma y me entregué a la muerte con la sensación de haber dejado una guerra ganada y a mis hombres sanos y salvos por la palabra expresa de mi enemigo.


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