LOS ANALES DE MULEY(1ªPARTE) 2
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 06/05/2015, clasificado en Varios / otros
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<<Muéstrale sumisión,
que vea en ti confianza,
enséñale tu templanza.
Lo que guardes de antaño,
y ten mucha confianza,
lo disfrutarás hogaño.
¡Maldita sea mi suerte!
Siempre estuve trabajando
y fui fiel al ?señorico?,
siempre estuve esperando
recompensa, más, callando,
se iba haciendo más rico.
Abusó de mi honradez
ese ricachón fulero,
me usaba de rastrero
para sus turbios negocios;
se dedicaba s a sus ocios,
yo limpiaba su sendero.
Ni las gracias me daba
el pudiente condenado,
no estaba desesperado,
más le guardaba respeto;
aunque pareciese un reto,
nada quedaba olvidado.
Así caí en la rutina
diaria del trabajo,
de cabeza me trajo
en cada febril momento,
no le mandé al carajo
porque se iba mi sustento.
Porque uno solo no estaba,
pues vivía acompañado,
yo era un joven salado,
trabajador, arrogante,
de poco tiempo casado
que iba para adelante.
Mi parienta me fue fiel
hasta el día de su muerte,
tuvo la misma suerte
que compartió conmigo,
soñaba con su enemigo
y se quedaba inerte.
Nunca me dijo palabra
y nunca habló del asunto,
pues jamás yo pregunto
cuando veo tal actitud,
reprimo mi inquietud,
paz y sosiego junto.
Yo sabía del fuerte odio
que sentía su corazón,
pero ella siempre ¡chitón!
Mujer de noble coraje
que al cortijo yo traje
y fue mi gran bendición.
lV
Eramos obedientes
y muy trabajadores,
con los amos respetuosos,
siempre echando flores
de multitud de colores
para sentirles dichosos.
Si me abrieran en canal
se vería mi sangre hervir
y mi corazón partido,
pues me han hecho sufrir,
sobre todo compartir,
hechos que están en olvido.
Jamás tuve el valor
de irme de la hacienda,
o como una prebenda,
solicitarles mi cuenta
y devengarse mi renta.
¡Parecía de leyenda!
No eran buenos tiempos
los que vivió mi juventud,
mi niñez, mi adolescencia;
había mucha esclavitud,
dañaba nuestra salud,
afloraba la paciencia.
Los ricos eran los amos,
los protectores, los dueños,
inquisidores de sueños
y padres espirituales,
pues son razones banales
que cortan nuestros ensueños.
Allí me crié, en la huerta,
era el hijo del casero
y vivía con mis padres;
parecía un ventero
o creían que era el rentero
y era envida de madres.
Poco fui a la escuela.
A mi padre ayudaba
y a mi madre alegraba,
y yo estaba contento,
pues contribuía al sustento
y el saber olvidaba.
Tenía muchos amigos,
todos querían mi compañía.
El día que a clase asistía
no faltaba compañero
preguntándome si podría
conocer al arriero.
Yo me decía: ¿qué arriero
o que mocoso muerto?
Querían venir al huerto
para algo poder comer;
así era, y es cierto,
y es fácil de comprender.
Mi madre les daba merienda,
de alegría saltaban,
pues sabían y esperaban
un gesto con aliciente,
porque todos alababan
la gran bondad de mi gente.
Yo era como el salvador,
el hermano esperado
que marchó desesperado,
buscando una salida
para mejorar su vida
y volvía adinerado.
Todos querían mi amistad
y yo de ello alardeaba,
muy orgulloso estaba,
pues tenía siempre un amigo
donde yo me apoyaba,
más el contaba conmigo.
A nadie le di de lado,
mostré solidaridad
y ofrecía amistad,
todos me dieron compañía
formando una hermandad,
pues voluntad se tenía.
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