No me chilles que no te oigo Parte 1
El ruido de cohetes en la calle me indica que ya deben de ser las 8 de la mañana de este día festivo, por fin comienza el puente tan esperado por todos para irse a ver el mar por primera vez este año. Una época en la que sales a la calle y ves la sonrisa de los niños y la cara de cansancio de sus padres al tener que ir detrás de ellos constantemente para que no se pierdan o se den algún golpe.
A mí, sinceramente, estas fiestas me dan un poco igual, pero permiten que toda la ciudad quede vacía y pueda disfrutar de momentos de soledad urbana, que es bastante inusual en las en capitales de provincia. Ese espacio abrumador para ti solo, me permite pasear con mis cascos por zonas que durante días normales no podrías ni pisar debido a la concentración de carne, sudor y ruido.
Pero este año estoy bastante jodido al no poder dormir con regularidad y tranquilo; se ha mudado un vecino al piso de arriba con un perro que se antoja ser bastante grande por el tipo de ladrido. Este individuo en cuestión se pilla unas mierdas considerables casi todos los días, creo que es camarero porque se suele ir temprano y llega a altas horas de la madrugada, y cuando llega a casa se enzarza en una lucha desigual con su amigo.
Durante varios minutos se escuchan los lamentos agudos del can mientras su querido dueño grita poseído por la locura y le acusa de hacer sus necesidades por todo el piso. Me encantaría hablar con este hombre y preguntarle cuánto tiempo puede aguantar sin realizar ningún tipo de deposición. No obstante, la química que se esconde en el interior de mi cerebro me ha dado una idea mucho mejor, de momento voy a invitarle a una copa.
Nada más pasar la mitad de las escaleras entre mi piso y el de arriba puedo apreciar que este hombre no sabe lo que es cambiar el agua de la fregona, de vez en cuando no está nada mal cambiar los utensilios de limpieza, especialmente si te dedicas a coger este tipo de residuos orgánicos. Respirando por la boca me armo de valor y toco a su puerta:
- ¿Quién es? Contesta una voz cuasi ronca.
- Hola, soy tu vecino de abajo. Le digo con seguridad.
- ¿Qué quieres? Si vienes de parte de la vieja de arriba, ya le dije lo que le tenía que decir ayer por la mañana.
- No, vengo para invitarte a tomar algo, que estamos en fiestas y todavía no te conozco bien.
Se escuchan los pasos de mi vecino acercándose a la puerta, de fondo un quejido lastimero indica que su perro ha recibido otro castigo. Al abrir la puerta aparece un hombre que estará cercano al 1,70 de estatura y que parece sacado de una viñeta de dibujos de cómic, ya que en vez de extremidades tiene palillos insertados en un tronco esquelético, todo ello acompañado de una barba de dos días y de una frente otrora poblada de pelo. La mezcla entre alcohol barato y sudor retestinado en una camisa de fibra terminan de crear el ambiente perfecto para revivir a un muerto.
- ¿A que me vas a invitar? Me dice de forma agresiva y con un mal gesto.
- Tengo whisky, cerveza, ginebra, vino e incluso una botella de Jägermeister.
- Eso último no tengo ni idea de lo que es, pero me apunto. Espera que voy a peinarme un poco estos pelos de loco que llevo y bajo a tú casa.
- Muy bien, te espero aquí.
- No tardo.
Al entrar para peinarse cierra la puerta y no permite que pueda echar un vistazo al interior. No me tiene más de un par de minutos en el pasillo esperando, ni si quiera me ha dado tiempo a fumarme un cigarro. En seguido sale y me indica que le señale el camino.
Nada más entrar en mi apartamento busca una silla cómoda, una mesa en la que apoyar su vaso y me pregunta dónde está el baño. Tras eso me comenta que no le gusta mucho la conversación, por esta razón todos los vecinos de los edificios a los que se muda acaban por odiarle o chivándose a su casero para que lo echen. Tampoco ayuda que tenga un perro chillón y que echa peste, pero eso parece obviarlo.
- Si no te importa, me comenta, voy a poner la tele que está el partido por abierto y quiero ver si estos hijos de puta me sacan de pobre.
- No te preocupes, a mí también me gusta el fútbol. Totalmente falso, pero así tengo una oportunidad para beber con él.
Cuando el partido terminó, mi vecino había acabado con todas las reservas de alcohol de mi casa, incluso se había bebido el Jäger diciendo que eso era una bebida de maricones. No tardó mucho en caer redondo en el sillón con unos ronquidos de fumador empedernido; era mi momento.
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