Morirás mucho después que la belleza

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Su voz era la brisa que levanta pequeñas crestas en un lago cubierto por el otoño; suave y lenta como la atención desinteresada.


Apenas movía los labios de una boca empequeñecida por el silbido de una lengua extraña, que surgía como un beso perpetuo o una flor lacrada.


El mensaje de sus ojos era entorpecido por la piel que los rodeaba, otorgándoles una lejanía que no era tal, una tensión innecesaria.


La vi observar el ocaso-una leona arrastrando un sol dormido en el pasado-.


En su interés descubrí la pálida sensibilidad que descansaba en su corazón como una pluma en el aire, siempre en vilo, por siempre impresionable.


Ahora que se ha ido, su presencia me acompaña, como una imposibilidad recurrente, como una muerte que no ha sucedido pero que igualmente atrae fantasmas.


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