No te hagas sacerdote.

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Mis pasos sonaban firmes y hacían eco dentro de ese enorme edificio, no sabía que estaba haciendo pero necesitaba ver a Diego una vez más. Al entrar de inmediato lo reconocí. Cabello negro, no muy alto y una sonrisa que me volvía loca. El seminario estaba lleno de muchachos y yo sabía que hoy era martes de visitas. En cuanto me vio Diego pareció un poco disgustado o confundido y se acercó rápidamente a mi. -Emma, ¿qué haces aquí? -Perdóname, es sólo que me duele aceptar que no te voy a poder ver. En ese momento baje la mirada y mis lágrimas empezaron a caer. -Em no llores, yo ya tomé esta decisión, quiero dedicar mi vida a Dios, mira vamos a hablará otro lugar, aquí hay mucha gente. De prisa me tomó de la mano y me dirigió a unas enormes escaleras que llevaban hacia un piso con varios pasillos llenos de puertas donde lo único que cambiaba era el número que tenía cada una. Nos metimos en la marcada con el número 28, una habitación poco iluminada, decorada austeramente apenas con una Cruz encima de la cama individual, con una ventana cubierta de unas cortinas verde militar y un viejo escritorio de madera. Entre primero y me senté en la cama, seguida de quien yo consideraba el amor de mi vida. -Diego yo te amo, no me puedes hacer esto por favor y sin pensarlo dos veces tomé su rostro entre mis manos, uniéndolo a mi con un dulce beso. Iba sintiendo como poco a poco cedía y después el me besaba también. La tensión se fue de mis hombros y lo tomé por su cintura profundizando más el beso. -Te amo. Le dije una y otra vez mientras rodeaba sus caderas con mis piernas. Nos seguíamos besando hasta que mi peso lo venció y caí sobre el. Apoyada en mis codos vi sus hermosos ojos, y le bese la frente sudorosa. Después me tomó de los brazos y me jaló hacia él, me besó fuertemente y me acostó sobre la cama. Ahora el estaba sobre mi, besándome el cuello y presionando mis muñecas fuerte Con sus fuertes manos. Rápidamente me deshice de mi blusa, el siempre había sido mi fantasía, para el guardé mi primera vez, quería ser suya pero para siempre. El se apartó ,creí que iba detenerse pero una mirada de lujuria y su sonrisa pícara me informaron que no, él sólo se está despojando de su horrible ropa de seminarista dejando al descubierto su hermoso cuerpo, fuerte, moreno, perfecto. Ambos desnudos, teníamos tantas ganas de el otro. Me sentía lista, pero sólo para él. Sentía su miembro crecer en mi entrepierna mientras me besaba se acomodó encima de mi, me vio a los ojos y tomó mi mano, lo sentí entrar lentamente, dolía pero sabía como se iba sentir. Continuaba besándome para luego tomar velocidad, éramos uno. Estaba con el y no podía pedir nada más. Después de ese día el me prometió pensar en salirse del seminario. Me despedí de el diciéndole -No te hagas sacerdote. Y el solo me respondió con una sonrisa tierna.


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