Tantos dedos como creía tener Hécuba imaginando el sufrimiento extremo en Poliméstor. Así estaba Desidéria cuando le pusieron Las favas à portuguesa. Bebió un poco de Quinta do Infantado Vintage de 1999, pero solo un poco. Yo no tenía hambre, ni pizca. Ella me miraba con ternura.
En Angra do Heroísmo nos habíamos establecido después de conocernos en Madrid. Ya vivíamos en nuestra casa hacia cinco años. Mi madre nos amenazaba todos los domingos con darse un "saltito". Desidéria se estremecía cuando oía la amenaza al otro lado del teléfono.
Ah, por cierto, me llamo Eneko, y soy vasco.
Vivimos en la parte vieja de la ciudad porque nos gusta su ambiente. En la casa rodábamos las películas porno que nos han hecho famosos en todo el mundo.
Una ve rodamos en la universidad, pero nos pillaron unos estudiantes y se mearon de risa mientras recogíamos la ropa y salíamos por piernas.
Hemos rodado también en Doze Ribeiras, Altares, Porto Judeu y mucho, pero mucho, en Feteira, y te digo que si conocieras a fondo Feteira, sabrías que tenemos muy buen gusto.
Después de comer y beber, Desidéria pidió dar un corto paseo. Pagué y salimos del restaurante.
Poco a poco me fue diciendo que había conocido a otro hombre, un muchacho de Galicia que primero pensó en hacer el Camino de Santiago, pero luego se había decidido por Las Azores. No me dijo su nombre, ni si vivía al lado de casa. Solo sé que quería poner fin a lo nuestro, pero no a las películas.
Desidéria era alta, guapa, con ojos verdes y un pelo negro azabache. Lo tenía todo para atormentar a un pobre desgraciado como yo.
Entonces recordé las palabras de Severo Ochoa, "una mujer puede cambiar la trayectoria vital de un hombre."
A mí por lo menos su adiós me jodió la vida y tuve que regresar a Donostia, lo cual no está mal, pero al cabo de una semana maté a mi madre y me encerraron para veinte años.
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