LOS ANALES DE MULEY(1ª PARTE)(5)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 17/05/2015, clasificado en Varios / otros
1106 visitas
¡Cuánta historia oculta!
En el tiempo esculpida
con bellas letras de oro,
se asoma atrevida
al sendero de la vida
sin ocultar su tesoro.
Si esos muros hablaran
mil cosas nos contarían;
el tiempo fue pasando
y sus recuerdos quedando,
fuertemente bostezarían
y callar nunca podrían.
Porque sus seres inertes,
vigías de nuestra era,
henchidos de mucha historia,
expuestos a cualquiera
que sepa y pudiera
remover su memoria.
Pues solo el erudito
a las piedras hace hablar
y su historia mostrar,
sería buena ocasión
a ese hombre encontrar
y nos diera su mención.
¿Santo Dios! Si yo pudiera,
en sus muros me plantaría,
con mucho tesón sacaría
a relucir la verdad;
en oro la enmarcaría
mostrando su identidad.
Es la planta del castillo
fenicia de fundación,
árabe de construcción,
de honor y gloria cristiana
que levanta su pendón
con memoria mundana.
Honorable vigía del tiempo
que mira al horizonte
fortaleciendo su mente,
fiel guardián del continente
y que tu fuerza remonte
la confianza de tu gente.
¿Cuántas veces he pisado
la tierra de su castillo?
No lo sé. Siendo un chiquillo
solo en jugar pensaba
y allí siempre estaba,
hasta el canto del grillo.
Los recuerdos de mi infancia
son como ramas de flores,
ramillete de colores
que el tiempo diluye,
añoranza que en mi fluye
prendida por mil amores.
Porque el pasado queda
oculto en nuestro ser,
se aviva su amanecer
si el recuerdo es mayor
haciéndonos creer
que lo pasado es mejor.
Hoy está enmudeciendo,
pero mañana hablará,
lanzará a los cuatro vientos
sus ocultos pensamientos
y su raíz labrará,
su historia se sabrá.
Vll
Y la esposa del maestro
por mi se interesaba,
por la calle me veía
y jovial me paraba,
dulcemente me hablaba
y yo, feliz, sonría.
Era mi agradecimiento
a esa dulce mujer,
pues era de corazón
mi sonrisa, no creer
en ella sería tener
personalidad sin don.
A veces me reprochaba
el no ir a la enseñanza.
<< Un hombre debe ser culto>>
-me decía con templanza-
<<Debes mostrar confianza
y no ser un simple adulto>>
<<La escuela es tu camino
y los libros tu bandera,
te enseñaría a vivir,
te enseñaría a compartir
toda una vida entera
de afable primavera>>
<También se aprende a morir,
porque la muerte es cultura.
El mundo es una fiel loza,
es nuestra sepultura
que un día, por ventura,
viene y nos destroza >>
Yo siempre iba a lo mío,
de dicha escuela nada
y menos quería hablar,
para mi estaba cerrada
con la puerta bien echada
y yo lejos del lugar.
Esa mujer era dulce,
amable y señorial,
gran encanto personal
con una vasta cultura
forjada en la lectura
de una mujer colosal.
La conocí ya mayor,
con rasgos de gran belleza,
cuando el tiempo empieza
a rasgar las facciones,
cuando uno tropieza
con sus ofuscaciones.
Pero era muy lúcida,
con gran razonamiento
y libre pensamiento,
de cultura refinada,
era esposa amada
de oculto sentimiento.
Decían que no era feliz,
que casó por conveniencia,
que la faltaba alegría;
ella mostraba paciencia,
sumisión y prudencia
porque bien le convenía.
Eran dichos de comadres,
pues era esposa honesta,
fiel a su marido, presta
a cualquier petición
que pasara por su testa
sin sufrir humillación.
El pueblo era la repera
y llegaron a decir
que los dos hambre pasaban,
no tenían para vivir
y mucho para sufrir,
pero ellos les admiraban.
Pues había un gran dicho
en labios de la gente
que era muy sugerente
sobre el hambre del maestro,
pero que era evidente,
más para mí era siniestro.
Comentaban del maestro
y su remuneración,
que su sueldo era poco
y poca su prestación,
pero era su profesión.
¡Para comer iba loco!
Mi madre era susceptible,
buen corazón tenía
y solo hacer bien quería,
fuese mentira o verdad
escuchaba la habladuría
y surgía su humildad.
Por ello, por primavera,
mi buena madre llevaba
una gran cesta de fruta
al maestro, no esperaba,
ni de ello se trataba,
de asegurar mí disputa.
Así mitigó mucha hambre,
pues ellos lo agradecieron
y siempre mantuvieron
un don de agradecimiento
que en todo momento
ellos responder supieron.
También les daba otras cosas:
lo que la huerta daba,
no sé cómo se arreglaba,
pero a cada instante
al pueblo se escapaba
y siempre iba los anales degalante.
Porque mi madre no quería
que nadie lo supiera,
y menos el ?señorico?,
pues era de una manera
que asustaba a cualquiera,
como lo hacía el rico.
Odiaba al maestro
junto a su generación,
a no tender decencia
quedaba en observación,
mantenía su decisión
perdiendo la paciencia.
Menos preciaba al mentor
por su forma de pensar,
por su uso libertario
que tenía de enseñar,
de instruir y de formar
frustrando su seminario.
Mi madre tenía miedo.
Si llegase a sus oídos
estaríamos perdidos,
pero hambre quitar quería
a tales incomprendidos,
más el riesgo lo asumía.
Yo no iba a la escuela,
no quería privilegio,
no asistir al colegio
nada para mí suponía
y menos aún quería
tener derecho regio.
Yo estaba orgulloso
de aquella bella mujer,
me gustaba padecer
sus halagos, sus reproches.
¡Fueron tantas las noches
soñando con su querer!
Nada supo el ?señorico?
de este singular evento
y hasta ese momento
continúa engañado,
pues se fue al otro lado
pudriendo su sentimiento.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales