Pasiones de andar por casa (IV)
Por Allan
Enviado el 25/11/2015, clasificado en Adultos / eróticos
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A sus 21 años, Ernesto Ferreira sabía que en la vida había días que todo salía mal sin ninguna explicación lógica y de la misma manera, había días verdaderamente maravillosos en los que todo te salía bien. Aquel día iba a ser uno de ellos. A diferencia de su hermana María, él tenía el sueño profundo, tal vez porque se levantaba temprano cada mañana para ir a facultad. Las tardes las empleaba en estudiar, aunque aquella estaba más pendiente de la ventana que del libro.
Observaba como su madre y la amiga de ésta, Marta, tomaban el sol en bikini. En un momento dado, las mujeres discutieron y Fátima se marchó. Entonces rápidamente Ernesto se puso el bañador y bajó a toda prisa. Llegó, saludó a Marta y se tiró al agua. Sabía que Marta adoraba su cuerpo y su edad, y a él le gustaba llamar su atención.
Braceo un poco de lado a lado hasta que topó con las piernas de Marta que se había sentado en el borde. Nadie diría que aquella mujer superaba los 40. Su piel no mostraba ni una sola arruga y sus tetas parecían las de una chica de 20. Ernesto sabía que estaba podrida de dinero y que deseaba un pene a cada instante. Él se lo daría encantado pero no podía soportar la idea del ridículo si fuera rechazado. Ese día sin embargo ella estaba más receptiva que nunca. La conversación fue una retahíla de payasadas pero el tono fue tan sensual que Ernesto se fue empalmando. Marta lo notó y se metió en el agua dirigiendo su mano al paquete de Ernesto que se ruborizo al instante. Ella jugo con su mano un buen rato hasta que decidió jugar a otra cosa.
- ¿Has comido un coño alguna vez?- preguntó Marta cargada de erotismo
- Pues claro- respondió Ernesto sin complejos
- Me refiero a un coño como el mío
Ernesto no tuvo tiempo de contestar, cuando se dio cuenta Marta se había quitado las bragas del bikini y se había sentado en el borde dejando a la vista un bonito coño con una fina hilera de vello y con unos labios prominentes
- Ven- indicó Marta al chico que obediente se acercó a ella Le cogió la cabeza y se la llevó hasta su raja. Ernesto inmediatamente dirigió su lengua hasta la vagina e hizo un recorrido somero por toda ella, comprobando cuán caliente estaba aquella mujer, que sólo al roce del aliento empezaba a humedecer.
En un primer momento se centró en el clítoris y sus alrededores a la vez que amasaba con sus manos la parte interior de sus muslos. Cuando estuvo bien mojadita decidió explorar un poco más hasta adentrarse en su interior. Entonces miró a Marta que emitía pequeños gemidos mientras cerraba los ojos y se mordía los labios. La mano, que en todo momento le había acariciado el pelo ahora empujaba su cabeza contra el coño en su afán de aumentar el placer. Ernesto entonces comenzó a sacar y meter la lengua y ayudado por un dedo atravesó una y otra vez la caldera en que se había convertido la vagina de Marta. Apunto estaba de correrse cuando en una de sus miradas a la guapa madurita, Ernesto vio de fondo y a través de una ventana como eran observados por María
-¡Mierda!- Exclamó Ernesto entre dientes mientras se llenaba de los flujos de la corrida de Marta
*
Aquella noche Ernesto no podía dormir. Aún tenía la polla dura recordando el coño de Marta. De no haber visto a su hermana a través de aquella ventana le hubiera pedido a la guapa madurita que se la chupase, o, mejor aún, que le permitiese metérsela. Alucinaba pensando en la sensación de follarse a Marta. Entonces saltó de la cama y poniéndose el primer pantalón que pilló salió de la habitación y se dirigió a la planta baja, al cuarto de Eva. Otras veces había sido ella quien había buscado consuelo en su pene. Pero hoy las tornas.
Entró en la cama con mucho cuidado pero Eva lo descubrió
- ¿Donde crees que vas?- preguntó ella
-Me debes algún que otro favor así que ahora vengo a cobrármelo
-¿Que pasa? ¿La vieja no te ha dejado contento?
-Es muy feo eso de espiar. Además tú no eres quien para hablar, que sé que el jardinero te ha regado la cara con su manguera
-¿quién te ha dicho eso? Bueno es igual, sal de mi cama o empiezo a gritar
-Vas a gritar. Sí, pero de gusto
Ernesto sabía que botón pulsar. Rodeo a Eva con sus manos y frotó sus pezones. Enseguida acabaron las hostilidades. Tras eso bajó con facilidad las minúsculas bragas de la empleada, dejándola totalmente desnuda, y empezó a acariciar su poblado pubis -Baja- le pidió él -De eso nada- respondió ella- la última vez bajé yo. Hoy te toca a ti -Está bien bajemos los dos Ernesto giró sobre sí mismo y se acomodó el coño de Eva en la cara, mientras que su polla fue a parar a la boca de ella. Con este eran dos los coños que se llevaba a la boca en un día. Aunque en esta segunda ocasión era más placentero ya que su pene estaba mojado y no de agua precisamente. Adoraba las mamadas de Eva, aunque era consciente de que podían provocarle un orgasmo, y eso era lo que menos deseaba. Tenía que meterla como fuera y así empujó el culo de Eva hasta que la vagina estuvo en su glande y lo introdujo hasta el fondo. Ernesto colocó sus pulgares en los dos hoyitos de la cintura de su compañera y la acompañó en la intensidad del polvo. Sus muslos rozaban con los de él y sus huevos sufrían las envestidas de una mujer que disfrutaba del sexo a lo grande. Cuando se colocó en cuclillas Ernesto creyó morir. La visión del magnífico culo de Eva y de su vagina devorando la polla le hicieron creer que no duraría demasiado. Ella cerraba los ojos y se pasaba la lengua por los labios. Disfrutaba de cada metida, de sentir rebotar sus tetas perfectas, del ruido del mullido colchón y de los gemidos incontrolados de Ernesto. Todo esto hacía que produjera una gran cantidad de flujo que chorreaba por el rabo de él hasta llegar a mojarle los huevos. Cerca estaban del clímax cuando el chico se revolvió y se colocó encima de ella. Eva lo ató con sus piernas a la cintura y lo atrajo con sus brazos fundiendo sus cuerpos en uno solo.
-Voy a correrme- le dijo él
- Vente conmigo- pidió ella
Por su cabeza, en mitad de aquel fuego, pasó la posibilidad de irse dentro, más si cabe cuando Eva gritaba como una loca y se movía como una serpiente. Ernesto llegó a dudar sobre quién se estaba follando a quién. Y en el último momento acertó a sacar la polla y correrse en el pubis de Eva que de negro azabache cambió a albino. Ello mostró su enfado por aquel último movimiento aunque a él le daba igual. Había catado dos coños en un solo día. Un día redondo
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