Más de lo que te imaginas.

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Había algo que me quitaba el sueño por las noches, que me robaba los pocos sueños que tenía, algo que no me dejaba concentrarme en lo absoluto.
Esa muchachita me daba todo lo que nunca encontré en una mujer madura. Esa muchachita tiene 18 años, pero me vuelve loco. Para mí aun era una niña, yo tenía casi 30 y sólo me relación con mujeres "maduras". Pero esa chica es mi fantasía.
Es hija de uno de mis socios, siempre hablaban de ella pero nunca creí que fuera tan hermosa. Me imaginé una niña mimada, presumida y caprichosa, y la verdad es que no estaba equivocado. Fui su capricho, lo fui.
Recuerdo cuantas veces me dije a mí mismo que alucinaba al sentir sus miradas, que alucinaba cuando ella se mordía el labio inferior al verme. Yo juraba que alucinaba con sus caricias y roces accidentales.
Mi socio ofreció una fiesta en su casa. Pasó lo mismo de siempre, su hija repetía las acciones que me estaban volviendo loco. Tenía demasiada voluntad, pero esa muchachita la quebrantaba con facilidad, en varias ocasiones tuve que hacer un gran esfuerzo para no tomarla y hacerla mía. Era demasiado.
Esta ocasión ella llevaba un diminuto vestido vintage, se veía tan inocente, pero sus largas y perfectas piernas me hacían verla de otra manera.

-Maximillian, que bueno verte -dijo su padre estrechando mi mano-

-No me iba a perder de esta reunión -sonreí viendo de reojo a la chica-

-Estás en tu casa. Ven, te llevo a la habitación de utilería para que dejes tu saco...

-¡No, papá! -intervino ella- Yo lo llevo.

-Bien -sonrió- Es bueno verte tan amable hoy, pequeña -ella sonrió con ternura exagerada- Los espero afuera.

Ella espero a que su padre se fuera y comenzó a caminar, luego se detuvo para hacerme una seña para que la siguiera. Ella caminaba dando unos cuantos brincos y pude notar que llevaba unas lindas braguitas blancas. Algo me decía que hacía eso a propósito de provocarme, y lo estaba logrando. Una que otra vez, volteaba a verme con una sonrisa maliciosa y reía.
Yo sabía en donde estaba esa dichosa habitación de utilería, y ella no me estaba llevando para allá. Yo estaba por llegar a los 30, era estúpido seguirle el juego a una niñita... pero entre más pasaba el tiempo más la deseaba.
Al llegar al segundo piso, abrió la puerta de una habitación. Entró ella primero y yo fui tras de ella, pese a que eran casi las cuatro de la tarde, la habitación estaba en completa oscuridad.
Fueron sólo segundos los que pasaron cuando ella me envolvió entre sus pequeños brazos. No hice ningún movimiento.

-Te deseo, Maximillian -me dijo al oído y después dio una pequeña mordida- Dime que tú también lo haces...

No le respondí con palabras, metí las manos por debajo de su vestido y apreté sus perfectos glúteos. La sentí estremecerse y fue ahí cuando me di cuenta que no quería parar. Necesitaba hacer realidad cada uno de mis pensamientos de los últimos meses.
En la oscuridad que nos rodeaba, le busqué los labios y la besé lentamente. Ella capturó mi labio inferior y lo mordió. Aun con las manos dentro del vestido de ella, le quité las bragas de un tirón y estas crujieron al romperse. La vi sonreír, la vi.

-Tócame -exigió-

Y así lo hice, pasé mis dedos por su sexo húmedo y ella gimió bajito.

-Abre tus piernas para mí, preciosa -ordené y lo hizo gustosa-

Con mi dedo índice la acaricié hasta hacerla gritar de placer. Aferró sus manos a mi espalda y me apretaba con fuerza, podía escuchar su respiración entre cortada.
Masajee su clítoris y después metí uno de mis dedos en ella. Estaba tan estrecha, tan húmeda. Entre gemidos la escuché decir mi nombre una y otra vez, esa era mi estimulación.
Moví mis dedos con cuidado formando círculos o haciendo lo tradicional. Mi miembro comenzaba a bombear y pronto tuve la necesidad de liberarme. Era incomodo tener una erección con ropa encima, era incomodo tenerla en mi posesión y no poder hacer esto.
Saqué mis dedos de su cuerpo y se alejó unos centímetros de mí, sus preciosas piernas temblaban y ella sonreía satisfecha.
La cortina se movió y un rayo de sol iluminó el rostro de mi chica, su mirada era oscura y llena de deseo. Volvió a mí y ahora ella exploró con su mano lo que había bajo mis pantalones. Cada roce me hacía estremecer y reprimir gemidos.
Me sentí liberado cuando mi pene por fin estaba fuera. Ella se arrodilló frente a mí y alzó la mirada. Me sonreía.

-Me toca darte placer.

Dicho eso, comenzó a lamerme. Me aferré a la puerta porque sentía que me iba desplomar ahí mismo por todo lo que sentía. Por más que traté, no pude reprimir los gemidos que salían por mi garganta. Ella sabía cómo hacerme sentir en la gloria sin estar en el cielo. Estaba llegando al clímax y era lo que menos quería, aun quería más. Me frustré cuando ella paró.
Se levantó y me tomó por el cuello de la camisa.

-¿Aún me deseas, Maxy?

-Más de lo que te imaginas.

La vi sonreír una vez más. Me tomó de la mano y dimos sólo unos pasos antes de caer sobre la cama.


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