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El juego de los hipócritas.
Por Evelyn Segade
Enviado el 23/05/2015, clasificado en Cuentos
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Hipócrita. Eso era Él. Hipócrita. Eso era yo. Hipócritas. Eso eramos nosotros.
Me molestaba toda su violencia, su agresividad, su manera de denigrar a cualquier ser viviente. Su forma de caminar, tan arrogante como su presencia, sus trajes elegantes de gran valor que combinaba con las máscaras. Las máscaras de un inocente empleado que ocultaban su verdadera identidad, estafador.
Tenía dinero infinito, que utilizaba para comprar más propiedades, lo que claro le daba más poder, tanto en el plano social como económico. Con tan solo una llamada se deshacía de cualquier inquietud que le molestara en su pueblo.
En cambio yo, teniendo más de dos trabajos, gastaba más de la mitad en mis necesidades básicas. Lo que sobraba era destinado para fundaciones que buscaban satisfacer los reproches de los ciudadanos, y si superábamos a las cien personas, entonces, quizás nos escuchaban, quizás, con un poco de suerte.
Eramos de dos mundos diferentes.
Pero amábamos enfrentarnos. De hecho, nos admirábamos mutuamente.
Pasábamos horas, días, sobretodo madrugadas hablando sobre nuestros avances y retrocesos. Adivinarán quién de los dos mejoraba y mejoraba.
Es cierto que ambos odiábamos ver el éxito y el fracaso del otro porque anhelábamos que los roles estuvieran invertidos pero nos ganaba la impotencia. Esa era nuestra única similitud, la hipocresía.
Ahora nombremos también nuestras diferencias.
A mí no me alcanzarían mil años para obtener la abundante riqueza que el tenía. Él era frío, yo sincera, jamás podría manejar a un cliente, que desde su perspectiva no era una persona si no más bien una posibilidad de acenso. Y a el le pasaba algo parecido, no importaba la cantidad de intentos...no tenía idea como ser una buena persona, su naturaleza calculadora y superficial distorsionaba la estructura visual, no era capaz de ver rostros, sino chequeras.
Desde que lo vi me repugna su valentía. No solo por el hecho de ser una persona vulnerable y sensible.
Como si no bastara su hermosa existencia para fastidiarme, además, Él repentinamente me lo recordaba exaltando mi peor defecto, inseguridad. Me alentaba a trabajar a su lado, a robar, a hacer daño. Sabía que yo no podría hacerlo. El pobre desalmado creía que era débil, y claro que lo era. Pero más fuerte que Él. Ese dato fue una propia conclusión que orgullosamente deduje, a pesar de carecer de la inteligencia morbosa, cualidad destacada de mi viejo amigo.
Ninguno de los dos eramos felices. No íbamos hacerlos hasta que el reflejo de nuestros espejos sea igual al del otro pero sean nuestros.
Ya no aguantaba más. Ya no era divertida la competencia. Quería que se de cuenta que su teoría era errónea, que no coincidió con la realidad. Sincerandome... ambos nos equivocábamos en lo mismo en algún punto.
Si bien nuestro objetivo era el mismo, supuestamente imposible de realizar, había uno que sabría cómo lograrlo, ya que la vida misma fue quien ha posicionado a su contrincante en desventaja.
Se darán cuenta de que no se ha destacado por ser un hombre paciente y trabajador. Quien no ha pasado por el proceso laboral desconoce el significado de perseverancia, de no rendirse a pesar de estar cansado. Así que lo tuve en cuenta.
Mis ahorros los deposité en un brillante vestido, una deliciosa cena y una lujosa habitación privada.
El juego de nuestra vida se resumió en esa noche. Allí definiríamos el ganador. Las reglas eran claras, no hubieron modificaciones.
Estaba desalineado. O no, pero a comparación de la rutina, una camisa sin corbata ni saco, daban esa sensación.
Como era de costumbre, luego de terminar la comida estaba a punto de pedir que depositen la factura en su cuenta, hasta que lo interrumpí para avisarle que estaba todo pago.
Su expresión facial de confusión me inspiró. Le debía explicaciones sobre mi noche lujosa, así que lo llevé a a mi sótano, en donde no solo estaría silencioso para conversar sin molestias, le di la experiencia de conocer algunas historias de algunos vecinos que han sido ignorados por empresarios como Él...por supuesto, no pudo lidiar con ello y fijó su mirada en mí.
Había salido con su hermano, quien casualmente bebió demasiado durante nuestra cita. Solo por curiosidad le pregunté por Él y una cosa lleva a la otra, así que conseguí la identificaciones y claves suficientes para que el mismo me llevara a un romántico paseo, además de los regalos para cada día festivo sel año.
Mientras continuaba detallando mi magnifica cadena de actos que me acercaban a la victoria, su piel se tornaba cada vez más pálida, se sentó sobre una silla mientras se tomaba la cabeza con las manos, negando con la cabeza, mirando hacia el piso, hacia el techo y hacia el piso otra vez. La combinación del alcohol, que había ingerido y su baja presión facilitaron los nudos fuertes de la soga que le impedía moverse.
A continuación, les contaré como me compadecí de el bastardo, obsequiándole un inmerecido epílogo para que pierda por lo menos orientado, ya que no podía morir digno.
"Era hora de que terminara esta partida. Esta es la última ronda...y no puede haber un empate. " Coloqué un espejo, que ni siquiera tenia marco y estaba lleno de polvo porque recién ese mismo día lo había vuelto a tocar desde la mudanza delante suyo. Me acerqué a donde estaba y tomándolo bruscamente por la barbilla me aseguré que levantara su mirada para ver su reflejo.
"Mírate. Desastroso. Pobre. Tendrías que trabajar duro para seguir adelante. Deberías transmitir a un mensaje para llegarle a la gente. Lo lograste. Tienes la parte de mí que querías...y yo tengo la tuya. Pero no creas que eso anula la gloria de alguno. "
Corrí el espejo a un costado, y mientras buscaba mi herramienta continué:
"No es obligatorio que el ganador justifique su victoria. No necesito argumentos, sin embargo, te lo diré, a si al menos reflexionas para tu próxima batalla, sin hacer trampa."
Desarmé la pila de materiales de construcción que me habían intentado convencer de ser inservibles para tomar un ladrillo ,que ya estaba partido, y golpearlo contra el espejo.
" Ambos lo conseguimos. Pero tú, si siguieras vivo, no vivirías feliz. En cambio yo, en este preciso momento lo soy y sé que lo seré."
Primero corté algunos trozos de piel de su torso y rostro mientras hacia que observe su propia imagen. Le estaba dando una elección. Él proyectaba. Según Él yo era vidrio, pero era al revés.
Se resistió bastante, dándome a entender que no estaba predispuesto a aprender para corregir. Así que solté el vidrio y de un golpe seco en la cabeza lo maté. Una vez más, se había equivocado, yo siempre fui el ladrillo, rígido y bravo.
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