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Lo vi balancearse en la oscuridad mientras me acercaba por su espalda; esa espalda asimétrica de huesos sobresalientes.
Esperaba que un buen golpe con el hacha abriera su cráneo; ese cráneo calvo y deforme que reflejaba la escasa luz del lugar.
Me faltaban pocos pasos para llegar, y él seguía balanceándose con los brazos a cada lado; esos brazos desproporcionados con los que mató a mi marido.
En ese momento pisé por accidente uno de sus juguetes, y el balanceo se detuvo.
-¿Madre?
Solté el hacha y corrí hacia él.
-¡Aquí estoy, hijo! -dije llorando mientras lo abrazaba con fuerza.
Autor: FEDERICO RIVOLTA
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