Apago el despertador sin ni siquiera molestarme en ver la hora que es, son demasiados años los que este viejo aparato ha dejado de tener función alguna en mi vida: dentro de mí se encuentra un despertador mucho más efectivo e implacable, la angustia.
A pesar de dormir en una pequeña cama de noventa, los años que pasé con mi mujer no se han borrado de esta maltrecha memoria y el peso de la costumbre es una carga demasiado grande en la mente humana, todos los días giro mi cuerpo hacia dónde debería de estar el suyo y le deseo los buenos días con un beso en la mejilla.
La rutina no es tan mala como la pintan estos jóvenes acelerados y obsesionados con los cacharros brillantes, a mí siempre me han gustado los pantalones de pana, mis zapatos de piel (a los que cada vez me cuesta más encontrar un zapatero para cambiarla la suela), mis camisas con mis iniciales y mi sombrero para que no me de frío en la cabeza. Lo que no me gusta nada es este accesorio que mi nuera me ha regalado por mi cumpleaños para que no tropiece y me despeñe por las escaleras del edificio.
Desde hace cinco años mi tranquilidad se ha visto destrozada por la invasión de mi apartamento, otrora familiar, por mi hijo, mi nuera y sus dos niños. No me molesta la presencia de mis nietos, pero el carácter de mi hijo me tiene totalmente desquiciado: está todo el día sentado en el sillón gritándole a la tele e insistiendo una y otra vez en todos los establecimientos de la zona para ver si le dan trabajo, tras varias negativas siempre acaba en el ?Bar Siena? para tomarse uno, dos, o tres copazos para volver a casa y repetir la operación del televisor.
Poco a poco consigo vestir mi cuerpo cansado y maltrecho por más de 45 años de lucha contra las máquinas de la fábrica y la crisis, esa palabra que parece que ahora han descubierto todos los jóvenes pero que nos acompaña a los currantes desde hace mucho. Incluso cuando la prensa más rancia de este país nos decía que todo iba bien y que estas navidades serían únicas, en casa disfrutábamos de la austeridad con orgullo y satisfacción.
En otro tiempo habría puesto la radio para que me hiciera compañía, pero ahora tengo mucho cuidado para no despertar a la familia y sólo dispongo de la luz de la mesilla. Poco a poco consigo mi objetivo y salgo de la habitación después de hacer la cama, una costumbre que mi mujer me enseñó a disfrutar, para dirigirme a la cocina y conseguir un pequeño impulso de energía. Para llegar hasta la cocina tengo que pasar por el pasillo que acoge todos los dormitorios del apartamento, y en verano todos ellos están abiertos para ver si el fresco acuna los sueños de sus habitantes.
La primera de esta habitaciones esconde a mi hijo y mi nuera durmiendo en los extremos de la cama, el olor a alcohol alcanza la puerta a pesar de tenerla abierta toda la noche y de sufrir una pequeña corriente gracias a la gran ventana de la habitación de matrimonio. Se puede comprobar que anoche hubo fiesta, ya que la ropa está totalmente revuelta por toda la habitación y mi hijo está hecho un ovillo en la esquina; mi nuera es de armas tomar y cuando el alcohol está de por medio no atiende a razones, a veces debería de entender que un hombre no puede estar en casa todo el día sin trabajo y sin futuro, eso acaba por frustrarle y muchos ven en la bebida una salida fácil.
En la habitación contigua está el joven Pedro, un muchacho que lleva el nombre del primogénito de la familia y que parece que también los genes de cabezas huecas que tenemos. Totalmente obsesionado con el móvil, la consola y las chavalitas, vamos un calco de su padre a su edad y de su abuelo; las mujeres siempre nos han llevado de cabeza. Este crío no aprende, se ha dejado la tele encendida y el cenicero lleno, como se levante su madre y vea que ha vuelto a fumar le soltará una buena, voy a vaciarlo y a quitárselo de ahí.
Vicentín es el benjamín de la familia, un chico alegre y muy curioso que siempre tiene un libro entre las manos. Al asomarme a su habitación puedo comprobar el orden casi monástico que tiene este chico a pesar de no alcanzar el decenio de vida, todos su maestros siempre le dicen a mi nuera que está predestinado a algo grande; esperemos que lo dejen crecer y no acabe trabajando por necesidad.
Por fin alcanzo la cocina, no hay nada mejor después de pasar revista a la tropa que un buen café calentito para el cuerpo. A pesar de todas las críticas de mi nuera, mi insistencia ha conseguido que me dejara mi cafetera italiana para hacerme mi cafetito por las mañanas. Esas mierdas modernas que parecen botones de colores hacen un café soso y sin fuerza, que obsesión tiene la gente por cambiar las cosas cuando están bien.
El olor a café caliente recuerda a mis músculos que están vivos, busco una de las tazas que nos regalaron los tíos de mi mujer al casarnos y vuelco en ella un poco de café y sacarina, tampoco hay que pasarse que el médico me ha prohibido el azúcar, la sal, las grasas, el alcohol, vamos que me ha prohibido vivir. Comienza el ritual diario, ya no se para que sirven cada una de las pastillas pero con el desayuno va la roja y la amarilla, lo acompañaría todo con unas galletas o unas magdalenas, pero según me han comentado el aceite de palma es uno de mis peores enemigos.
Con el piar de los pájaros llegan los primeros rayos de sol, el café reposa en su taza mientras observo detenidamente como se ilumina poco a poco la ciudad. Por lo menos tenemos la suerte de contar con unas vistas al parque del barrio, que según la hora que sea del día es bueno o puede llegar a ser desagradable. En condiciones normales debería de llamar a mi hijo o a mi nieto, pero ni uno está trabajando ni el otro quiere estudiar, así que los dejaré dormir un ratito mes.
- Abuelo. Escucho de fondo.
Me giro y encuentro a Vicentín con su pijama de los dibujos esos raros frotándose los ojos.
- Dime figura. Le digo mientras señalo uno de los taburetes de la cocina.
- ¿Por qué te levantas siempre tan temprano? Me comenta mientras toma asiento.
A ver cómo le explicas a un chaval con 9 años que no puedes dormir porque tienes a toda tu familia viviendo en casa y pendiente de que cobres la pensión para poder comer y comprarle sus tan ansiados libros.
- Para hacerte el desayuno y mandarte a la cama, que te levantas siempre muy temprano.
- Abuelo ya sabes que me gusta mucho ver Ben 10 y por culpa de Inazuma Eleven ahora lo ponen a las 7 de la mañana justas. Me dice con indignación.
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