Lo llaman Colon, pero es Ascanio

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Ascanio se llama. O por lo menos yo lo conozco por Ascanio. Cabezón, ojos pequeños y negros. Boca grande, con dientes irregulares, pero blancos. Un fino bigote y solo media oreja derecha tras la mordida de un pequinés cuando siendo joven quiso hacerle una paja el pobre animal y éste se revolvió porque no le gustaba, se supone, la mano de Ascanio en su polla.

Ahora, con los años amontonados, y a un paso de caer en la tumba de los indocumentados que para nada han servido en la vida, Ascanio se confiesa enamorado de sí mismo. ¡Ahora! Sus amigos, otros repelentes vejestorios que apestan a mediocridad y miseria humana, le hacen saber que es sabido por todos que Ascanio, el cabezón de Ascanio, siempre se ha mirado en exceso ante el espejo. ¿Es verdad que llevas bragas? 

Ascanio nació el año que ganó Franco la guerra. Cantó más veces el Cara al sol que los lameculos del militar. Pero siempre le gustó vestirse de mujer y hacer el payaso con los amigos en la plaza, en las tertulias, en las aulas, en el trabajo y también el día de su boda. Cuando hizo la primera comunión no paró de llorar porque otro mocoso le quitó el protagonismo, o sea, que sufrió una muerte súbita y no respondía a las patadas en la cabeza que le daba el buenorro de Ascanio.

Hay fotos con ese brazo derecho alzado y la boca extremadamente abierta cantando con más hombretones. Los otros cantaban a regañadientes, pero no él; él cantaba porque le gustaba la letra y le gustaba sobre todo que los poderosos le señalaran como un hombrecillo con potente voz y espíritu patriótico a prueba de bombas.

Cuando follaba con su mujer imaginaba que Pablo, Ramón, Salvador, Domingo, Ireneo y Félix se ponían a cuatro patas esperando que su polla entrara en sus culos para luego correrse todos ellos al unísono en su carita de porcelana más falsa que la madre que lo parió.

Al alumbrar la democracia, Ascanio, siempre listo y rápido de movimientos en la huida del peligro, vio que una opción política, hasta hacía poco tiempo medio prohibida, pasaba a convertirse en un trampolín muy serio para subir más arriba en la vecindad. Un milagro, jeje, hizo que olvidara el Cara al sol y que desapareciera de su casa los cuadros de Franco y José Antonio. Incluso en el ropero había sitio para más camisas y pantalones; también faldas y sostenes para los carnavales.

Llegó a ser poderoso en la política. 

A día de hoy, jubilado, pero sin haber dado un palo al agua en toda su puta vida, Ascanio tiene una sonrisita en la boca que los médicos especialistas aseguran que es un castigo de Dios. 

El urólogo le metió el dedo mágico y, una vez más comprobó que Ascanio no dejaba de hablar. "Todo está bien". 

"Lo sé doctor, lo sé. Y ahora tengo que ir al dentista, que si no pierdo la hora y me quedo sin abrir la boca".

 


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