La mano de Elena escruto la pared derecha de la bajada al sótano. Hacía tiempo que no bajaba hasta allí y no recordaba donde quedaba la clavija. Tampoco recordaba si había luz. Casi con toda seguridad, habría sido cortada por falta de pago, ya que aquella casa no era demasiado usada desde que murió su madre.
El interior del sótano era negro como boca de lobo.
Diez escalones la separaban de su objetivo. El sótano había sido desde que tenía uso de razón, usado como trastero. Allí guardaban los más dispares utensilios. La mayoría inservibles. Pero descender aquella corta distancia en aquellas condiciones de oscuridad, era realmente una temeridad. Y como solía ocurrir, no tuvo la precaución de coger una linterna o una simple caja de cerillas con que alumbrar aquellos instantes.
Era de noche. Una fría y solitaria noche de diciembre y del sótano ascendía un frio que helaba los huesos.
- Maldita sea - replicó. ¿Por qué no abre cogido una linterna? Se lo pensó un segundo pero tenía que bajar.
Su mano siguió recorriendo centímetro a centímetro la húmeda pared. Notaba como la pintura se descorchaba entre sus dedos con tan solo rozarla. Instantes después creyó haber llegado a la ansiada clavija, pero en lugar de notar el tacto del plástico, la sensación fue verdaderamente horrible. Algo que ella desconocía había tomado posesión de su mano desnuda. Una brusca sensación punzante en la piel, seguida de un dolor intenso de la zona la alarmó. No acertó a gritar. Un lastimero gemido salió de sus labios. No sabía que había producido aquella situación, pero lo de que si estaba segura es que algo malo estaba sucediendo. El escozor era cada vez más agudizado y el aumento del volumen de la palma de la mano aumentaba rápidamente. Elena no podía ver lo que estaba sucediendo pero aquella situación le estaba poniendo realmente nerviosa.
Comenzó a sentirse bastante mareada e intento por todos los medios no flaquear para no caerse por aquellas empinadas escaleras. Pero por mucho que lo intentó las fuerzas le fallaron inexorablemente.
Sin poder evitarlo su desvalido cuerpo se desplomó escaleras abajo como una bola de nieve que rueda por la pendiente de una nevada montaña. El cuerpo de Elena se precipito contra el sucio y frio suelo. Ahora el dolor era generalizado. Sin duda se había fracturado la pierna derecha. Alargó la mano y pudo constatar que aquella pierna estaba en muy mal estado. Tenía una fractura abierto a nivel de la rótula. La sangre brotaba como agua de un pequeño manantial.
Intentó arrastrarse hasta llegar a alguna pared para cobijarse en lo posible y mitigar el frio. El dolor de la mano comenzó a extenderse por todo el miembro. Y poco a poco por todo su cuerpo.
Un hormigueo se apodero del brazo mientras se acompañaba de intermitentes espasmos. Una copiosa sudoración comenzó a brotar de cada uno de los poros de su piel. La boca se le secaba por momentos.
Notaba como una opresión que nacía en el abdomen y llegaba hasta la boca. Tenía ganas de vomitar. Nunca se había sentido en tan mal estado como en esos instantes. Su brazo derecho estaba casi paralizado por completo.
La temperatura corporal comenzó a subir alarmantemente. Temblores. Espasmos cada vez más elevados. Las pulsaciones se dispararon. Le costaba respirar. Un nudo se le formó en la garganta. Intentaba toser intentando despejar sus vías respiratorias, pero cada esfuerzo que realizaba más le costaba que el aire le entrara por la tráquea.
Poco a poco el maltrecho cuerpo de Elena se quedaba más inerte. Sus fuerzas la habían abandonado por completo. Elena se dejó a su suerte. Nadie podía ayudarla y ella por sí misma no podía salir de ese lugar. Cerró los ojos y espero el terrible momento.
Los segundos se hacían angustiosos. Los latidos de su joven corazón iban disminuyendo hasta que en un himpas la vida de la joven se apagó como una vela.
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