LOS ANALES DE MULEY (1ª PARTE) (9)

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   Lo conocí al instante.

¡Era mi amigo el ?tuerto?!

Parecía un muerto,

pues inmóvil estaba,

pero lo que sí era cierto

es que allí no lo esperaba.

   Con su traje miliciano

custodiaba la puerta,

por si hubiera reyerta,

de su jefe el comisario;

mi visión era cierta,

más me sentía solidario.

   Porque ningún imberbe

tendría que ir a la guerra,

ni llevar una guerrera;

de mirarlo miedo tenía

y volví mirada en tierra

porque hablarle no podía.

   La vida nos da sorpresas

y quedamos asombrados,

son hechos no esperados,

más siempre son deseosos;

se dan por bien empleados

cuando lo vemos dichosos.

   Pero él estaba orgulloso

de estar en ese lugar

firme, sin pestañear,

con mono miliciano

y capaz de disparar

hasta a su propio hermano.

   Me vinieron recuerdos

que mi memoria avivó

cuando el ?tuerto? y yo

compartimos amistad,

todo era amenidad

mientras aquello duró.

   Todo fue por interés,

porque había que saciar

el hambre y disimular

el odio o la envidia;

todo era especular,

más comprendí su perfidia.

Ahora comprendo a mi madre

y las palabras que decía,

mucha razón ella tenía

cuando dócil me hablaba,

me reñía o me aconsejaba

sobre lo que él perseguía.

   ¿No sería el culpable

del espolio de la huerta?

La respuesta nacía muerta,

pues no había contestación,

pero quedó abierta

la tenue especulación.

   De lo que estaba pasando

el ?tuerto? era culpable,

y lo creía nada fiable,

así era mi pensamiento

aunque no era razonable,

pues solo era un argumento.

   Un día tendrá que matar

o pelear en batalla,

pues tendrá que dar la talla;

feliz será el miliciano

si su sentimiento acalla,

aunque mate a su hermano.

   Hay un dicho popular

que mi atención requiere:

quien a hierro mata,

con su mismo hierro muere;

el fin siempre se adquiere,

pues su voluntad acata.

   El refranero es sabio,

dice la voz popular,

si se escucha su cantar

nos tizna su sabiduría;

si lo dejamos pasar,

su saber se perdería.

   Pues el que sabe usar

nuestro fértil refranero

es el mejor pregonero

de nuestro hacer cotidiano;

pero digo y requiero

que el docto es el anciano.

   ¡Que se cumpla el refranero!

Pensaba yo anonadado.

Que el ?tuerto? sea llevado

y que luche en el frente,

que se mezcle con su gente,

que muera ajusticiado.

   En aquel triste momento

era mi gran ilusión,

se me salía el corazón,

pero era mi gran deseo;

un sueño sin perdón

de un miedoso reo.

   Defender nuestras ideas

usando armas de fuego

acalla nuestro ego,

pero desata violencia

sin esperar un ruego

defendiendo nuestra creencia.

   Violencia engendra violencia.

Ideas, pensamiento,

en cualquier momento,

se defienden racionando;

nuestro expuesto argumento

nos deja reflexionando.

Hoy mi recuerdo es triste,

patético, estafador,

lleno de mucho dolor;

muchas vidas se perdieron

y con furioso clamor

su futuro no vieron.

   Viene a mi memoria

escenas de mi pasado,

pues nunca las he olvidado;

forman parte de mi vida

que en mi pecho han quedado

y mi mente jamás olvida.

           Xlll

   Sigo sentado en el banco

sintiendo los temblores

que avivan mis dolores;

con mis bruscas convulsiones

afloran mis tribulaciones

que profetizan temores.

   No me atrevía a levantar

mi morena cabellera,

aunque temor no tuviera,

pero esto es falsedad;

el miedo era mi verdadera

y privativa verdad.

   Yo era niño temeroso,

un crío poco valiente,

pero era inteligente;

sabía bien aguantar

el empuje de la gente

y con ellos dialogar.

   Esta rara situación

solucionar no sabía,

el diálogo no existía

ni teníamos defensor;

todo era un dolor

y mi corazón se afligía.

   Me sentía como reo

que penando está su pena,

triste está en la trena

maldiciendo su suerte,

esperando la muerte

reniega de su condena.

   Lloraba en mi silencio.

Mis ojos se humedecían

y mis inquietudes crecían,

era todo un desespero,

pues mis fuerzas carecían

de un vigor pasionero.

   Pasando iba el tiempo

y me iba tranquilizando,

a mi madre la miraba

por si estaba llorando;

yo seguía esperando

un llanto que no llegaba.

   Mi madre si era fuerte,

no se inmutaba por nada;

su ira no desatada

se comía sus extrañas,

estuvo siempre callada,

pero discurría en sus mañas.

   Nada dijo de su esposo

ni de otras muchas gentes

y menos aún de parientes,

moriría antes de hablar

porque los tenía presentes,

por ello quiso callar.

   Sabía que si hablaba

moriría con su marido,

pero quería unir su destino

al que estaba escondido,

así lo había decidido

aunque fuese un desatino.

   Porque no se conformarían

solo con el delatado

para ser ajusticiado,

pues también el delator

pasaría a ser fusilado

y calmarían su furor?.


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