LOS ANALES DE MULEY (1ª PARTE) (9)
Por YUSUF AL-AZIZ
Enviado el 31/05/2015, clasificado en Varios / otros
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Lo conocí al instante.
¡Era mi amigo el ?tuerto?!
Parecía un muerto,
pues inmóvil estaba,
pero lo que sí era cierto
es que allí no lo esperaba.
Con su traje miliciano
custodiaba la puerta,
por si hubiera reyerta,
de su jefe el comisario;
mi visión era cierta,
más me sentía solidario.
Porque ningún imberbe
tendría que ir a la guerra,
ni llevar una guerrera;
de mirarlo miedo tenía
y volví mirada en tierra
porque hablarle no podía.
La vida nos da sorpresas
y quedamos asombrados,
son hechos no esperados,
más siempre son deseosos;
se dan por bien empleados
cuando lo vemos dichosos.
Pero él estaba orgulloso
de estar en ese lugar
firme, sin pestañear,
con mono miliciano
y capaz de disparar
hasta a su propio hermano.
Me vinieron recuerdos
que mi memoria avivó
cuando el ?tuerto? y yo
compartimos amistad,
todo era amenidad
mientras aquello duró.
Todo fue por interés,
porque había que saciar
el hambre y disimular
el odio o la envidia;
todo era especular,
más comprendí su perfidia.
Ahora comprendo a mi madre
y las palabras que decía,
mucha razón ella tenía
cuando dócil me hablaba,
me reñía o me aconsejaba
sobre lo que él perseguía.
¿No sería el culpable
del espolio de la huerta?
La respuesta nacía muerta,
pues no había contestación,
pero quedó abierta
la tenue especulación.
De lo que estaba pasando
el ?tuerto? era culpable,
y lo creía nada fiable,
así era mi pensamiento
aunque no era razonable,
pues solo era un argumento.
Un día tendrá que matar
o pelear en batalla,
pues tendrá que dar la talla;
feliz será el miliciano
si su sentimiento acalla,
aunque mate a su hermano.
Hay un dicho popular
que mi atención requiere:
quien a hierro mata,
con su mismo hierro muere;
el fin siempre se adquiere,
pues su voluntad acata.
El refranero es sabio,
dice la voz popular,
si se escucha su cantar
nos tizna su sabiduría;
si lo dejamos pasar,
su saber se perdería.
Pues el que sabe usar
nuestro fértil refranero
es el mejor pregonero
de nuestro hacer cotidiano;
pero digo y requiero
que el docto es el anciano.
¡Que se cumpla el refranero!
Pensaba yo anonadado.
Que el ?tuerto? sea llevado
y que luche en el frente,
que se mezcle con su gente,
que muera ajusticiado.
En aquel triste momento
era mi gran ilusión,
se me salía el corazón,
pero era mi gran deseo;
un sueño sin perdón
de un miedoso reo.
Defender nuestras ideas
usando armas de fuego
acalla nuestro ego,
pero desata violencia
sin esperar un ruego
defendiendo nuestra creencia.
Violencia engendra violencia.
Ideas, pensamiento,
en cualquier momento,
se defienden racionando;
nuestro expuesto argumento
nos deja reflexionando.
Hoy mi recuerdo es triste,
patético, estafador,
lleno de mucho dolor;
muchas vidas se perdieron
y con furioso clamor
su futuro no vieron.
Viene a mi memoria
escenas de mi pasado,
pues nunca las he olvidado;
forman parte de mi vida
que en mi pecho han quedado
y mi mente jamás olvida.
Xlll
Sigo sentado en el banco
sintiendo los temblores
que avivan mis dolores;
con mis bruscas convulsiones
afloran mis tribulaciones
que profetizan temores.
No me atrevía a levantar
mi morena cabellera,
aunque temor no tuviera,
pero esto es falsedad;
el miedo era mi verdadera
y privativa verdad.
Yo era niño temeroso,
un crío poco valiente,
pero era inteligente;
sabía bien aguantar
el empuje de la gente
y con ellos dialogar.
Esta rara situación
solucionar no sabía,
el diálogo no existía
ni teníamos defensor;
todo era un dolor
y mi corazón se afligía.
Me sentía como reo
que penando está su pena,
triste está en la trena
maldiciendo su suerte,
esperando la muerte
reniega de su condena.
Lloraba en mi silencio.
Mis ojos se humedecían
y mis inquietudes crecían,
era todo un desespero,
pues mis fuerzas carecían
de un vigor pasionero.
Pasando iba el tiempo
y me iba tranquilizando,
a mi madre la miraba
por si estaba llorando;
yo seguía esperando
un llanto que no llegaba.
Mi madre si era fuerte,
no se inmutaba por nada;
su ira no desatada
se comía sus extrañas,
estuvo siempre callada,
pero discurría en sus mañas.
Nada dijo de su esposo
ni de otras muchas gentes
y menos aún de parientes,
moriría antes de hablar
porque los tenía presentes,
por ello quiso callar.
Sabía que si hablaba
moriría con su marido,
pero quería unir su destino
al que estaba escondido,
así lo había decidido
aunque fuese un desatino.
Porque no se conformarían
solo con el delatado
para ser ajusticiado,
pues también el delator
pasaría a ser fusilado
y calmarían su furor?.
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