La pierna más hermosa del mundo se la comió un cocodrilo marino de más de ocho metros, allá, en Queensland. Sofía perdió de repente todo su atractivo, primero porque se volvió loca y todas las noches tenía pesadillas donde salían cocodrilos americanos, del Orinoco, de Johnston, de Mindoro, de Morelet, inarí, cubano, siamés y el Hociquifino Africano. Pero también perdió el juicio porque en la piscina puso pirañas rojas y me obligaba a saber sus nombres para poder bañarme. ¿Qué te parece? A Sofía la encerré en St. Alban en 1916. Y cuando la visitaba siempre me hablaba de la familia Draper Meadow. Y se reía, extrañamente ya sin dientes, enflaquecida, amarillenta, sucia, arrastrándose para moverse por la habitación, paredes y techo.
Cuando regresaba a casa, únicamente la compañía de las pirañas rojas me hacían olvidar el mal rato.
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