- Nena, ¿lo has recogido todo?
- ¿Qué quieres que recoja? Si sólo tenemos dos mochilas
- Joder, pues algo de ropa y comida, lo demás déjalo.
- Ni un libro aunque sea, mira que nos vamos a aburrir mucho tantas horas ahí sentados.
- Sabes bien que el libro es una carga innecesaria. Ya tendrás tiempo de pillar alguno por el camino.
- Joder, los libros que me gustan no suelen estar en las tiendas de la zona y en la biblioteca no me dejan entrar después de que me robaran los libros.
- No pienso discutir más acerca de los dichosos libros. Coge la mochila de las excursiones al campo y llénala con lo necesario, no estamos para bromas.
- Está bien, está bien. Joder como te pones por un simple libro.
Un muchacho de no más de 25 años llena su mochila con prisa y, sin embargo mantiene un orden escrupuloso mientras lanza una mirada fulminante a su compañera, una joven que alcanza los 20 año de edad por unos pocos días y que agacha la cabeza con un gesto de tristeza.
Las cajas de cartón se amontonan a su alrededor, abiertas y desordenadas muestras todas las piezas de un gigantesco puzle que en otro tiempo había sido un hogar. El olor a naftalina inunda las habitaciones, las bolas de esta sustancia están por todos lados para evitar que visitantes inesperados ataquen la preciada ropa de los jóvenes.
- Estoy de este olor hasta el coño. ¿No podemos usar productos que huelan mejor?
- Baja a comprarlos. Dice el muchacho mientras continúa construyendo su mochila.
- No tengo dinero. Comenta la joven con la voz cortada.
- Pues continúa con las bolas de naftalina que nos ha prestado la vecina.
- Es que huelen tan mal cariño?.
La mochila perfectamente ordenada sale disparada contra la pared y se deshace en cientos de prendas de ropa y utensilios de acampada dirigiéndose a todos los rincones de la habitación.
- ¡Te aguantas! ¡Continúa haciendo la mochila! Dice el muchacho con un grito autoritario.
Las lágrimas empiezan a brotar de los ojos de la chica, poco a poco esos lamentos se convierten en un sollozo continuado y estallan en un llanto desesperado y muy ruidoso. Después de lanzar un suspiro de arrepentimiento, el muchacho se acerca a su pareja y la abraza con todas sus fuerzas mientras le dice:
- Perdóname cariño, te prometo que no volverá a pasar. Ya sabes que estoy demasiado estresado durante estos días infernales y sin quererlo lo he pagado contigo.
- Yo no tengo la culpa de lo que ha pasado. Dice la muchacha entre jadeos y suspiros.
- Lo sé cariño, lo sé. Todo ha sido culpa mía, no tenía que haber estado todos estos meses perdiendo el tiempo de esa manera.
- No has perdido el tiempo, comenta la chica con la voz entrecortada.
- Sí lo hice mi amor, sabes que tenía que haber aparcado mis sueños y debería de haber aceptado ese trabajo.
- No eran tus sueños, era el trabajo para el que te has formado y preparado durante todos estos años. Lo que te ofreció ese gordo era un atropello. Dice la muchacha mientras se seca las lágrimas.
El joven acaricia con cariño el pómulo empapado de su pareja y se separa de ella para coger la mochila del suelo.
- Era una mierda de trabajo, pero era dinero que necesitábamos en ese momento mi amor. Debía de haber sabido que no me contratarían en las otras dos empresas y ahora no estaríamos en esta situación.
- 300 euros por trabajar de lunes a domingo casi 10 horas al día no es solucionar nuestros problemas, es perderte para siempre.
La chica se acerca y abraza con fuerza a su compañero, coge su mano y la besa mientras le dice:
- Pase lo que pase siempre estaremos juntos. Da igual lo que nos depare el futuro o el sitio en el que acabemos, con nosotros es suficiente.
- Yo también te quiero mi amor, pero no podemos vivir del aire. Vamos a terminar de hacer las mochilas y le devolvemos las llaves a la vecina, recuerda que se supone que nosotros no estamos aquí.
- Es verdad, lo había olvidado. Date prisa en recogerlo todo y nos vamos, que como venga el cojo nos mete un paquete que verás.
Los dos jóvenes aumentan el ritmo de trabajo y en pocos minutos consiguen tener las mochilas llenas de los objetos primordiales para su labor, además de una de esas bolsas reutilizables que los supermercados venden para hacerse publicidad. Con todos estos objetos miran por última vez la casa y con lágrimas en los ojos se despiden de ella.
Después de recoger todo lo útil para su futura empresa se acercan al piso de al lado de su casa y llaman a la puerta. Los dos jóvenes se encuentran apretándose las manos con fuerza mientras esperan una respuesta. Poco a poco se escucha la llegada de unos pasos y la puerta se abre.
- Muy buenas queridos. Dice una mujer que rondará los ochenta años y que no puede andar sin la ayuda de su bastón.
- Vecina, venimos a agradecerte que nos hayas ayudado a sacar parte de nuestras cosas y a devolverte las llaves, sabes bien que no queremos meterte en ningún lío.
- No os preocupéis, este cojo de mierda no tiene los cojones tan grandes para meterse conmigo. Si viene y me dice algo le doy con mi bastón hasta que se quede cojo de la otra pierna.
- Muchas gracias por su ayuda, pero no se preocupe que nos vamos ya de aquí. Espero que le vaya todo bien. Dice la muchacha entre sollozos.
- Pequeña no llores más, verás como Dios tiene un plan específico para vosotros. No te agobies y levanta esa sonrisa de Ángel que tienes. Dice la anciana.
- Muchas gracias vecina, no sabe usted lo importante que ha sido para nosotros durante estos días tan duros. Comenta la muchacha.
- Id con Dios jóvenes.
El paso lento de lo jóvenes intentaba que todos los pronósticos no se hicieran realidad y que al final del día no tuvieran que abandonar el edificio en el que habían vivido durante los últimos años. Poco a poco la calle se abre ante el paso inconsistente de esta pareja hasta alcanzar el portal de una tienda de repuestos informáticos de una calla céntrica. En este pequeño espacio se sientan los dos con un pequeño cartel que dice:
?Hoy pido yo. Mañana puede ser usted?
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